La violencia se convierte en el brazo armado del procés

Se acabó la revolución de las sonrisas. Los secesionistas (al menos una buena parte de ellos) son tan vándalos como los chalecos amarillos franceses o como lo fueron en su día los nazis incendiando negocios de judíos. Y no es que los muy burros se crean que Amancio Ortega es judío (no sería de extrañar ya que creen que El Cid, Cervantes o Santa Teresa de Jesús son catalanes). Lo suyo fue que se les puso delante una tienda de Zara y decidieron quemarla. 
Al fin y al cabo solo fue un fuego más en una noche en la que las calles de Cataluña se iluminaron a causa de los cientos de incendios provocados por esos independentistas tan pacíficos, al menos a los ojos de Torra, Puigdemont y el resto de instigadores, que desde sus despachos o su exilio jalean la revuelta y se protegen de las consecuencias de encabezarla. 
Es cierto que los daños económicos fueron cuantiosos, pero el secesionismo pagará un precio más caro que es el de que ahora, la opinión pública internacional, esa que es siempre tan tibia con los supuestamente débiles, ha visto la cara de la radicalidad que se esconde en medio de un proceso (procés, dicen ellos), delictivo (se salta a la torera buena parte del ordenamiento jurídico español). 
Una radicalidad que se convierte en el brazo armado de los independentistas y que el presidente de la Generalitat no es capaz de criticar. Y no lo hace porque, en el fondo, sabe muy bien que quienes tiran piedras, queman contenedores y se enfrentan a “su propia policía”, no dudarían ni un momento en apuntar también hacia ellos. Son los mismos que, en su momento, hicieron a Mas escapar del Parlament en helicóptero, pero ahora, como defienden la causa común del secesionismo, son soportados y aceptados. Son el monstruo creado por ellos y, con el tiempo, terminará por devorarlos.

La violencia se convierte en el brazo armado del procés

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