El renovado Tribunal Constitucional

No parece echar a andar con mal pie el nuevo Tribunal Constitucional salido hace unos días de la renovación parcial de sus componentes y de la elección de Francisco Pérez de los Cobos, catedrático de Derecho del Trabajo, 51 años, como presidente del mismo. Se había especulado con que los magistrados propuestos por el Gobierno y el PP pudieran tomarse algún tipo de venganza o represalia ante el inusual proceder de los candidatos del bloque socialista/nacionalista, que habían negado a Enrique López el plácet o declaración de idoneidad.
Pues bien, no sólo no hubo tal desquite, sino que los primeros cumplieron con el uso o costumbre de elegir vicepresidente a un miembro de de estos últimos. Fue un ejemplo más de cómo, en contra de lo que se dice, no todos son iguales y no todos se comportan de la misma manera.
De esta forma, después de muchos años de controversias, el TC queda completo y renovado a su tiempo. Y su más alto organigrama, resuelto en primeras votaciones y por unanimidad.
De puertas para fuera, la renovación ha vuelto a poner en órbita esa anómala y peculiar jerga político/periodística, según la cual un magistrado es progresista si, por ejemplo, vota a favor de la legalización de Bildu, mientras que es considerado conservador si lo hace en contra del estatuto de Cataluña.
Lo que en esta ocasión ha sucedido es que el nuevo presidente ha dejado un tanto descolocados a tales terminólogos, habida cuenta dio su voto favorable en la declaración de constitucionalidad del matrimonio gay, pero  no apoyó la legalización de la coalición etarra. Por eso, no les ha quedado otro remedio que inventarse un nuevo perfil: el de un “conservador moderado” que se aleja de las tendencias más duras dentro del PP.
Sea como fuere, el profesor Pérez de los Cobos y el TC como tal tienen una más que importante doble tarea por delante. Por una parte, ir dando salida a los muchos recursos que esperan sobre la mesa y que se han incrementado sensiblemente en el último año y medio a causa de la política de la oposición de recurrir cualquier reforma o medida de calado del Gobierno Rajoy.
Y por otra y más decisiva, recuperar la credibilidad perdida tras el turbulento mandato de María Emilia Casas y el sectarismo de Pascual Sala. Hasta el momento, el Tribunal Constitucional era demasiado previsible. Este venía siendo su punto débil. Se barruntaba de antemano con notable precisión hasta el resultado numérico de las deliberaciones. Perder, pues, a través de sus sentencias esa aureola de obediencia y seguidismo político que hoy por hoy le acompaña será la mejor prueba de que los tiempos han –afortunadamente– cambiado.

El renovado Tribunal Constitucional

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