LA VIUDA DE ESPAÑA

La viuda de España es una condenada. Judicialmente, desde ayer; por blanqueo de capitales. Aunque en los cafés con repaso a la crónica rosa lleva tiempo en la lista de repudiados. La salida de los juzgados de Isabel Pantoja fue un linchamiento público. De esos que tanto nos gustan. Con gritos que suenan más poderosos al amparo de la muchedumbre, empujones anónimos y brazos al aire que a veces alcanzan a su objetivo y le tiran del pelo.

Medio país lloró su desgracia a principios de los ochenta. El luto paseado en las revistas del corazón hizo de la que hasta entonces era “la otra” legítima sufridora por la muerte de Paquirri. Su regreso triunfal con los coros del pequeño Kiko como golpe de efecto parecía definitivo para consolidar a una legión de incombustibles fans. Pero la memoria es frágil y los desengaños se pagan caros. Una seguidora desilusionada es una fuerza de la naturaleza. Y la hipocresía, una de las aficiones patrias.

La Pantoja volvió al papel cuché con aquel señor tan serio con el que se relacionó años atrás. El hombre contaba con el beneplácito de la claque. No daba el tipo de galán arrebatador, pero se le veía formal. Un buen partido si la idea era tener con quién sentarse a descansar en los años de retiro. Gustaba a las más tradicionales, que anhelaban una nueva boda de blanco.

Luego llegó el otro. Con su sonrisa inquietante, de esas que esconden más de lo que muestran. Con aires de suficiencia, dueño y señor de cuanto le rodeaba; dispuesto a la fama una vez obtenido el poder. Comenzaron los abandonos. Había quien no perdonaba a la artista su participación en la ruptura de un matrimonio. De nuevo “la otra”. Pero esta vez, de verdad.

Enseñó sus “dientes, dientes” cuando la situación con los periodistas se enturbió. Gritó entre manotazos a las cámaras que no la iban a grabar más. De víctima de la indiscreta prensa amarilla a fiera desencajada. El idilio con el público estaba definitivamente roto.

Caída en desgracia, muchos de los que en otro tiempo la idolatraban, celebraron íntimamente verla en el banquillo de los acusados. Solo unos pocos se acercaban a llamarle “guapa” durante las jornadas del juicio. Ayer apenas un par de palabras de ánimo después de la condena. Era el momento del escarnio y la ira desatada. Parecía que más de uno llevaba tiempo esperándolo.

Necesitamos una sesión de genuina maldad de vez en cuando. Dejar que nuestra naturaleza rencorosa y corroída por envidias y odios gratuitos se libere. Somos así. Del amor al desprecio. Y todos a una; que es más fácil.

LA VIUDA DE ESPAÑA

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