Saltar por la ventana

Resultaría cómico, de no ser tan preocupante. Cuando la pobreza entra por la puerta, la política salta por la ventana. El alcalde de Ponteareas llevando de la mano a sus concejales hacia la libertad. La huida en la noche, apresurada. Dejando atrás al enemigo que no hace tanto era el pueblo al que se prometía servir.
Dice el regidor que temieron por su integridad física. Que había radicales infiltrados en el grupo de vecinos que protestaba a las puertas del Ayuntamiento. Suerte que estaban ahí para justificar la espantada. Escapar de quienes reclamaban que no les dejen desamparados habría sido más difícil de explicar. Aunque el límite entre la reivindicación y el acoso está cada vez más desdibujado. Y acorralar a una persona no tiene justificación.  No podemos defender que se retenga a alguien, por más que sepamos que, tristemente, en muchos casos es la única manera de que dé la cara.
La tormenta arrecia. El conselleiro de Medio Ambiente y el delegado del Gobierno, cercados por un muro de manifestantes. La alcaldesa de Mos, escoltada por la Policía a la salida del salón de plenos. Es el recurso de los que han agotado la paciencia y dejado de esperar respuestas que nunca llegan. Que además de estafados se sienten ignorados. Es mucho tiempo de responsables políticos que miran hacia otro lado. Inaccesibles. Años de callar y fingir dignidad. La que deberían demostrar cuando las cosas se ponen feas. Los cargos públicos suponen más que hacerse fotos en inauguraciones y cobrar dietas.
El miedo de unos crece al mismo ritmo que la desesperación de otros. Es cuestión de tiempo que de los gritos se pase a los golpes. Un empujón en el calor del momento, una mano que se agita demasiado cerca de la autoridad, un gesto mal interpretado, un exaltado que se abre paso entre los pacíficos. La violencia es un camino de difícil retorno. Que se considere una amenaza al que exige justicia es lo peor que nos puede pasar. Cuando no queden puertas de atrás ni ventanas por las que escapar decidirán no dejarnos salir a la calle. Negarnos el derecho a exigir respuestas es encender la mecha de la guerra. Evitarlo está en manos de los que dicen representarnos. Tan sencillo como recordar que tan importante como salvar a los bancos es no dejar caer a las personas.

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