El absurdo miedo a lo desconocido

Hasta el más pintado y, diga este lo que diga, todos los seres humanos tememos aquello que desconocemos. La antesala de las nuevas situaciones- aunque esta finalmente nos dirija a un salón mucho más confortable que aquel que teníamos-, suele entorpecer nuestros planes y generarnos cierta angustia y ansiedad. 

Pero la vida es cambio, por lo que resulta completamente obligatorio que nos acostumbremos a mudar nuestra piel con la naturalidad con la que lo hacen los lagartos… Y cuanto antes, mejor. Poner en blanco nuestra mente, no permitir que esta nos traicione antes de tiempo y entregarnos con ciertas y flexibles directrices a lo que nos viene encima; suele suavizar el devenir de unos acontecimientos que-como todos y en el fondo- se escapan de nuestro control y nos obligan a pasar la travesía del desierto durante lo que casi siempre resulta un largo tiempo.

Hay cambios sutiles, pero también existen otros que ponen nuestras vidas del revés. Es como si nos metieran en el tambor de una lavadora cuyo programa desconocemos y nos obligasen a dar vueltas entre golpes a la espera de la finalización del programa… y, cuando parece que esto sucede, resulta que comienza el tormentoso centrifugado…, pero una vez que este concluye, estamos preparados para salir al exterior y percibir las cosas de otro modo, pero eso sí, siempre procurando ser muy conscientes de nuestra nueva realidad.

Sin duda alguna, los mayores cambios que experimentamos a lo largo de nuestras vidas son el nacimiento y la muerte. Del primero, nada recordamos y, del segundo, nadie ha vuelto para contarnos. Tengo bastante claro que –al igual que sucede cuando vemos la luz por primera vez tras el duro trance del alumbramiento–, el sufrimiento final que nos lleva a fallecer, queda también olvidado una vez que nos abraza la nueva dimensión que espero nos reciba a todos. 

Y, una vez que somos capaces de verlo de este modo, ya no hay nada que temer. Absolutamente nada. Quizás lo más complicado de todo no radique en aceptar el cambio, sino en aceptar el sufrimiento previo que muchas veces nos conduce inexorablemente hasta él…, porque posiblemente, nuestro mayor enemigo sea nuestra mente y nuestro mayor aliado la capacidad de cada cual para trabajar con uno mismo en desterrar temores y en aceptar designios con esperanza.

A mi juicio, la gran diferencia entre las personas dichosas y las desgraciadas, radica en la forma que unas y otras tienen de enfrentar y de buscar soluciones… Porque no es lo que sucede, sino la actitud con la que afrontamos este juego de títeres llamado vida.

El absurdo miedo a lo desconocido

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