En la parte del problema

cada vez abundan más en esta jungla en que vivimos, esos especímenes que se desviven por amargarnos la vida. Solo ven problemas y parecen haberse acomodado a esa situación. Su mediocridad les impide ver más allá, no tienen perspectiva porque su nivel es tan bajo que los árboles no les dejan ver el bosque. Pero están ahí, siempre viendo el vaso medio vacío, fijándose en la nube y pronosticando el diluvio universal. Agoreros infelices que solo encuentran bien estar contagiando pesimismo, viven así y no les va mal.
No solo eso, sino que encuentran en los medios de comunicación, en algunos, el altavoz que precisan para llegar a más gente y expandir desazón a sufridores que bastante tienen con lo suyo. No importa, en la parte del problema se vive mejor cuanta más desesperanza se siembre y cuanta menos fuerza moral tenga el pueblo mejor, un pueblo sin autoestima es mucho más manipulable y este es el caldo de cultivo para los profetas del mal. Muy cerca de ese mundo oscuro y triste, está la otra parte, la de la solución; personas que se enfrentan a la vida buscando mantener viva su esperanza de sobreponerse a las adversidades. Solo una línea muy fina separa estas dos formas de entender la vida.
Es como si al inicio del camino nos dieran a elegir entre el pesimismo y el optimismo para conducirnos camino de la felicidad. Imagínese que a usted le dan a elegir, ¿se apuntaría al optimismo o no? Seguramente estará pensando que se apuntaría al realismo y sería un pensamiento inteligente. A partir de ahí será el momento de afrontar los avatares de la vida. Piense ahora en un atleta que se sitúa en la posición de la salida de la carrera igual que lo hacen sus competidores. Se miran de reojo y todos piensan que pueden ganar. Eso les da fuerza para correr como si se les acabara la vida buscando la meta. Solo gana uno, los demás saben que se han entregado y ya piensan en entrenarse para la próxima competición. Todos menos uno, este llegó rezagado, tranquilo porque ya desde la salida pensaba que no podía ganar y, por lo tanto, para qué iba a esforzarse. Es otra cara de vivir en la parte del problema, pierdes fuerza y oportunidades, nunca mides tus posibilidades porque, como buen pesimista, no te entregas convencido de que partes derrotado, tú autoestima está por los suelos y te envuelves en la mediocridad que acaba derivando en envidia, sentimiento destructivo que te hace preocuparte más por las virtudes de los demás que de las tuyas y que acaba encontrando acomodo entre personas que comparten tan pobre concepción de la vida.
Créanme que siempre he vivido en la parte de la solución, el optimismo me ha ayudado a superar momentos de debilidad, porque, aunque a este lado hay problemas, hay también herramientas para encontrar salidas, se mira al futuro con ilusión y al pasado solo por el retrovisor, para no repetir errores. Conocer a Kant y su enunciado en el imperativo categórico me ayudó a entender la vida como la entiendo, decía algo así: “Si deseas un mundo mejor, compórtate como si la máxima de tu voluntad o condición, fuera a ser declarada ley universal para todos los hombres. “. Es decir, si quieres el bien, haz el bien, lo que desees para ti deséalo también para los demás.

En la parte del problema

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