Entre la fama y el talento

oda vez que hemos renunciado al ocio como forma de comunicación entre las personas y hemos asumido que salir de casa equivale a visitar un centro comercial, los más revolucionarios se rebelan y se refugian en horas eternas de televisión para ocupar ese tiempo que ya no dedicamos a nosotros mismos. Ahora tenemos cientos de cadenas de televisión para elegir y, por si no nos llegan, tenemos también un montón de plataformas de pago para hacer lo que algunos llaman televisión a la carta, supongo que es un eufemismo para facilitarnos la digestión de lo que, en definitiva, es pagar por ver la tele. 
Aún así, hay, todavía, las llamadas cadenas generalistas que nos permiten ver gratis sus programaciones y, ya de paso, comernos la cabeza con miles de anuncios para alentar el consumo, otro eufemismo que viene a justificar el hecho de que compremos compulsivamente creándonos necesidades que realmente no tenemos. 
Estas cadenas generalistas tienen dos liderazgos claros, el grupo Atresmedia y Mediaset que entre sus múltiples marcas cuentan con Antena 3 y Tele 5, sin duda las más vistas y que muestran sin pudor sus guerras sangrientas que, debidamente estudiadas, pretenden el sometimiento de la otra para derrotarla en audiencias que a su vez atraen más anunciantes y dinero para sus empresas. He pensado muchas veces que somos juguetes en sus manos y que influyen en nosotros mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer. Esto, que de por sí ya merecería una reflexión, se agrava cuando nos referimos a los más jóvenes y a personas sin un alto grado de formación que les permita discriminar entre los productos televisivos que consumen. Se nutren de famosos que ellos mismos se fabrican, da igual que sea el ex de alguien, la empleada del hogar, el chofer o la vecina chismosa dispuesta a ganarse unas monedas participando en este circo inmisericorde en el que se han convertido las parrillas de la televisión en abierto. 
En esta guerra de inmundicias ha ganado, por goleada, el grupo que tiene como bandera a tele 5. No hay límites. Programas como Sálvame, una suerte de carnicería que practica el canibalismo, se matan y se comen entre ellos, el Gran Hermano donde se refugian parásitos sociales sin oficio ni beneficio para mostrar lo peor de sus vidas y las de sus familias o, últimamente, el gran descubrimiento de Las Tentaciones, donde una serie de parejas se mezclan con solteros y solteras para ver quien rompe antes su compromiso. Les llaman programas del corazón, supongo que, para ofender a tal noble órgano de nuestro cuerpo, pero no son más que vísceras con olor a podrido que, curiosamente, atraen a millones de españoles que siguen esos programas con pasión. La fama la han convertido en un valor en si misma y, a mayor escándalo generado, mayor fama y dinero que se llevan los protagonistas. 
Fuera de este juego se quedan los jóvenes que han decidido tener una formación en base al esfuerzo pasando por universidades o centros de estudios que los habiliten para integrarse en el mercado de trabajo. Resulta difícil hoy por hoy, explicarle a un joven que merece la pena el esfuerzo cuando ve en estos programas de la televisión basura a coetáneos suyos que se forran destrozando sus vidas y que ocupan sillones en tertulias televisivas sin acreditar nada más allá de su falta de pudor y su carencia de valores, esto parece no importar pero, sepamos, que en el corto o medio plazo serán solo lo que llaman “juguetes rotos”, gentes que vendieron su vida por una fama efímera. Entre fama y talento, va ganando la fama.

Entre la fama y el talento

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