Guerra sucia a la historia

nos hemos vuelto todos idiotas o algunos de nuestros representantes políticos están consumiendo sustancias alucinógenas que les impiden pensar con racionalidad. A la sombra del asesinato de George Floyd a manos de un descerebrado policía americano, los talibanes made in Spain han puesto en marcha una campaña de revisionismo histórico o memoria histérica, como prefieran ustedes, que les ha llevado a proponer la destrucción de monumentos dedicados en su día a Cristóbal Colón, descubridor de las américas y, hasta hace nada, una referencia mundial como navegante y descubridor del siglo XV que, por demás, era español lo que algunos ven como un agravante de su “delito”. La máxima expresión del analfabetismo histórico consiste en revisar la historia de siglos pasados con los ojos del año 2020. La historia es el relato de lo sucedido en el pasado y, naturalmente hay cosas del pasado que hoy serian inaceptables, se llama progreso, desarrollo, avances sociales en definitiva que nos hacen corregir actitudes hoy incomprensibles. Fíjense que personajes como Platón, Aristóteles, Pitágoras o Sófloques fundadores de la filosofía, las matemáticas o la propia democracia, convivieron en su día con la esclavitud e incluso Platón o Aristóteles llegaron a escribir a favor de tal aberración, como recordaba hace unos días Juan Carlos Rodríguez Ibarra en un artículo. Claro que, ante esta corriente absurda y desmedida de revisionismo histórico paranoico, algunos estamos preocupados por monumentos como la Torre de Hércules en La Coruña o el acueducto de Segovia porque todos sabemos cómo se las gastaban los romanos en sus circos. Los ejemplos más próximos a nuestro alcance se remontan al 2001, hace nada, y nos trasladan a los Budas de Bamiyan, monumentos patrimonio de la humanidad que fueron volados por los talibanes por ser “iconoclastas” como sucedió también en Siria, concretamente en Palmira donde destruyeron el Templo de Baal Shamin, o a Hatra en Irak o a Tombuctú en Mali todas ellas joyas históricas demolidas por los talibanes y yihadistas que desde su locura mantienen una guerra sucia contra la historia. A ese carro nos quieren subir algunos políticos españoles que ya plantean sin rubor la destrucción de monumentos que albergan en su interior páginas impagables de nuestra historia. Algunos pensamos que con la ley de memoria histórica de Zapatero los más asilvestrados se darían por satisfechos, pero nos equivocábamos, se han ido a 1492, de momento, para reescribir una historia a su medida y esto tiene pinta de no parar ahí. Sucede en la España del Covid, en la de los muertos mal contados y en la de la crisis económica más importante y profunda que vamos a vivir los ciudadanos. Es curioso porque puestos a revisar, podrían acercarse a nuestros días y estudiar lo que pasó con el asesinato de Calvo Sotelo o por qué se asesinaron a miles de españoles en Paracuellos de Jarama. Pero nuestros políticos más echados al monte no se muestran conformes con este revisionismo monumental y también quieren cargarse otros hechos históricos como nuestra Constitución o la transición del 78, en la que los españoles de todos los bandos se dieron la mano para construir juntos la España democrática que hoy disfrutamos. Nada les importa a los talibanes caseros los valores compartidos ni la paz social que alcanzamos son jóvenes que ni habían nacido cuando el dictador Franco fallecía en la cama de un hospital, aunque en la nueva historia que nos quieren contar pareciera que el dictador fue derrocado por activistas antifranquistas de la época. Pasó lo que pasó, que diría el viejo Iglesias Corral y la historia nos lo cuenta seguramente para que no repitamos errores. Está pasando hoy y aquí.

Guerra sucia a la historia

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