Lo de Franco no acabó

Algunos pensábamos, allá por 1978, que acabado el régimen anterior con la muerte de Francisco Franco en la cama de un hospital y superada la modélica transición con el alumbramiento de la Constitución del 78, España había pasado página para siempre y todos los esfuerzos se concentrarían en ganar el futuro con paz y prosperidad. 

Y así fue durante unos años, exactamente en los que los artífices del paso de la dictadura a la democracia se mantuvieron en activo y unieron sus esfuerzos desde las diferencias políticas para engrasar todos los mecanismos democráticos pensando en la consolidación del nuevo sistema. 

Claro que hubo renuncias por ambas partes, sin ellas hubiera sido imposible construir desde la concordia ningún paisaje de paz y entendimiento. Hubo problemas, ahí está el intento de golpe de Estado y muchas otras maniobras que pretendían alargar la vida de un régimen que se esfumó el 20 de noviembre de 1975. La altura de miras de los políticos de entonces fue clave para dejar de mirar hacia atrás, hacia la confrontación y centrar todos los esfuerzos en el bienestar de las venideras generaciones, conviviendo pasado superado y futuro prometedor con un pragmatismo político indispensable para salir el atolladero. 

Por mucho que se diga, una gran parte de españoles tenían un recuerdo del tiempo pasado que no estaba impregnado de rencor, estaban dispuestos a superarlo, pero no a costa de destruir todos los avances ganados durante esos cuarenta años que duró el tiempo franquista. Apostaban por el futuro, pero mostrando un cierto respeto por el pasado reciente. La inteligencia del pueblo español imponía una transición serena y tranquila en la que los vencedores y vencidos de la contienda civil, a base de renuncias, pudieran trabajar juntos en los retos del futuro y así lo hicieron. 

La clase política de entonces recogió este sentimiento compartido del pueblo y aparcaron rencores, la propuesta era demasiado importante como para ponerle palos en las ruedas, no lo hicieron y hoy contamos con más de cuarenta años de paz y democracia con los españoles como protagonistas de tal gesta, aplaudida y estudiada por todo el mundo. Los años han pasado, muchos de aquellos políticos de la transición ya no están entre nosotros y gran parte de los españoles que vivieron aquellos cuarenta años también se han ido para no volver. 

Hoy tenemos una clase política nueva, joven que en su mayor parte ni habían nacido cuando Franco murió y un cuerpo electoral también renovado con nuevas generaciones que ni tan siquiera saben quien fue Francisco Franco, como revelan diversas encuestas a pie de calle que realizan algunos programas de televisión y en las que algunas de las respuestas ponen los pelos de punta por la ignorancia que demuestran los jóvenes sobre los tiempos pasados, supongo que producto de una historia mal explicada o no estudiada, para estos, la transición no existió y, además, les da igual. 

Pues bien, estas nuevas generaciones de políticos están impregnados de un rencor impostado que los llevan a desenterrar partes superadas de nuestra historia para buscar enfrentamientos que se traduzcan en réditos electorales 80 años después de acabado el triste conflicto civil, una sinrazón alarmante que nos está procurando desorden e inestabilidad. Una irresponsabilidad tan grave que solo la historia que está por escribir podrá valorar en su justa medida. Si se mata el espíritu de la transición todo se pondrá en tela de juicio, volverán las dos Españas a darse la espalda, resurgirán con fuerza sentimientos de confrontación y Franco, o su momia, seguirán abriendo telediarios.

Lo de Franco no acabó

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