Hasta siempre, presidente Albor

El pasado jueves recibí con tristeza la noticia del fallecimiento de Gerardo Fernández Albor, el que fuera presidente de la Xunta de Galicia nos dejaba para siempre y, con su partida reavivó en mi un montón de recuerdos y vivencias que compartí con él y a las que puedo englobar en la carpeta de personas generosas, porque esa era su especial característica como ser humano. 
Lo conocí hace casi 40 años, me lo presentó Maria Victoria Fernández España, seguramente la gran responsable del fichaje de Albor para la política. Entonces era un médico de prestigio y un galleguista ejerciente desde la inteligencia y la inclusión. No fue fácil convencerlo, pero Totora no se daba por vencida fácilmente. Poco tiempo después sería presidente de Galicia y desde el minuto uno hizo del diálogo su gran arma política. Pasó momentos difíciles y padeció el asedio de algunos medios de comunicación y algunas traiciones duras que, en el tiempo perdonó, sufrió incomprensiones, pero se sobrepuso a las adversidades desde su inacabable bohonomía. 
Un día recibí la llamada de una secretaria del presidente, fue al medio día y en casa, pues en aquel tiempo no había más móviles que el de 007 en las películas. La llamada me sorprendió porque yo había comentado en medios de comunicación algunas cosas con respecto a La Coruña que no me gustaban mucho y, además, en aquellos tiempos, luchábamos por conseguir una Universidad para la ciudad que en el tiempo se hizo realidad con el apoyo del propio Albor. 
Naturalmente respondí a la llamada en la que él me dijo que al día siguiente tenía un acto en La Coruña a las 12.00 hs pero que quería adelantarse para vernos. Quedamos en la cafetería Riz, que ya no existe y ahí nos tomamos un café, hablamos y al final me pidió un favor: quería conocer la ciudad y sus barrios como un observador más, como un paseante deseoso de palpar la realidad de una ciudad y sus gentes. 
Debo decir que me sentí importante, el presidente de Galicia me había elegido como cicerone y vi la oportunidad de romper viejos muros entre dos ciudades que rivalizaban en desigualdad de condiciones. Se también que en su partido había gente que no se mostraba muy feliz con esta situación, pero eso no afectó a su idea previa y quedamos en hacerlo. 
Así fue, a los pocos días se produjo el primer recorrido por los alrededores del monte de San Pedro, por Bens, llegamos a subir a los Escolapios donde yo había estudiado de muy pequeño y, para finalizar la visita, le propuse tomar algo en la cafetería del Playa Club. Hice una trampa, debo reconocerlo y es que había convocado a unas treinta personas allí para que nos acompañaran en el aperitivo y entregarle una sudadera que habíamos hecho con una leyenda: “Universidad de la Coruña, si, gracias “. El la recogió y con una sonrisa enorme nos dijo: “de nada “. 
El proyecto de creación de nuevas universidades estaba en marcha, el lo sabía y sabía que La Coruña tendría su universidad. De vuelta en el coche que lo traía me comenta…. Que casualidad que estas personas tan amables estuvieran reunidas ahí con esta camiseta para entregarme. Después me miró con condescendencia y en mi cara apreció el gesto del joven pillo que no era ajeno a tal encuentro “fortuito”. Después de aquello se produjeron docenas de paseos más, discretos y sin encuentros “fortuitos”. Habíamos sellado una amistad que duró para siempre, hasta que el olvido se apoderó de aquel hombre generoso del que tantas lecciones recibí. Querido Gerardo, presidente, ¡hasta siempre!

 

Hasta siempre, presidente Albor

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