Váyanse ya

Consecuencia de la crisis ha sido la intransigencia que los ciudadanos hemos incorporado a nuestro pensamiento con respecto a la honestidad de los políticos. No se les pasa ni la primera, como debe de ser, a aquellos que en su pasado participaron en corruptelas o corrupciones y así saben que tienen sus horas contadas en la vida pública. Ya no valen buenas palabras o gestos graciosos, el que la hace o la hizo la paga es ya axioma incuestionable en nuestra forma de entender la política. Ya era hora
El tristemente desaparecido periodista gallego Pedro Rodríguez, escribió una frase mítica que es muy recurrida en estos tiempos: “en España pasa todo, pero pasa tarde”. Así es, la idea de la necesidad de regeneración de la cosa pública ha tardado en asentarse, pero ha llegado para quedarse y ya nadie se puede sustraer a esta realidad. Da igual el tiempo que haya pasado, si en el currículo de un político y de un partido hay “curriculum oculto” acabará por conocerse para vergüenza y escarnio del que lo ocultó. Su pasado será estudiado con lupa y se tallará la lápida de su defunción política. El sufrimiento pasado como consecuencia de la crisis nos ha vuelto exigentes al máximo con los que manejan los dineros de todos, esos que pagamos con nuestros impuestos y que no estamos dispuestos a tolerar que se repartan entre unos cuantos amiguetes.
Esto ha colmado la paciencia de un país. Ahora van a la cárcel, que está muy bien, si así lo decide un juez, pero de momento no devuelven lo robado, que también estaría muy bien. Pero todo eso que nos ha llevado al hartazgo no es lo último; hay algo que nos hace sentir todavía peor. No es otra cosa que el goteo diario de casos del pasado que nos asolan con implicados en casos de corrupción y que parece una lista interminable. Por eso dedico esta columna a todos aquellos políticos que tengan máculas en su pasado, para que recojan sus cosas y se vayan. Que lo hagan con discreción si quieren, o si pueden, que lo hagan como quieran. pero que se vayan.
Lo que ocultan saldrá a la luz pública, antes o después, y con la revelación profundizarán en nuestro dolor, dañarán la moral del público y degradarán más, si cabe, el noble oficio de dedicarse a la cosa pública y causarán daños graves a sus partidos y a las instituciones. Conseguirán que la imagen de España se deteriore interior y exteriormente y serán la vergüenza de su familia y de sus amigos. A alguien en su sano juicio le puede merecer la pena tal riesgo Ahora les invito a ustedes, amigos lectores, a cerrar los ojos unos minutos. Imagínense un país, el nuestro, en el que, durante treinta días, solo treinta, no ocupara ni un espacio en ningún medio un caso de corrupción. En el que nuestros políticos se dedicaran solo a pensar en nosotros y en cómo mejorar nuestras vidas. Un país en el que nuestros hijos tuvieran un futuro cierto, un país en el que todos celebráramos cada empleo que se crea, donde se aplauda una buena gestión y se condene la injusticia.
¿Lo han hecho? Si su respuesta es positiva, no abran los ojos todavía, en ese país que imaginamos unamos nuestras voces en un grito virtual dirigido a todos los que estando en política, ocultan sus vergüenzas: Váyanse, váyanse ya y déjennos en paz.

Váyanse ya

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