EL ALIENTO DEL DRAGÓN

La necesidad obliga. Esta máxima lo justifica todo, incluso aquello de lo que hemos podido o podamos en futuro renegar. Aunque no es lo mismo tomar tal sentencia como norma que hacerlo como excepción. Rige lo segundo en el caso de Grecia, impelida a asumir una realidad de la que ni las más críticas bocas están exentas, aun cuando en ello vaya el descrédito y hasta la ruptura de un partido, en este caso Syriza, al que ha impulsado precisamente el rechazo a los términos y los modos en los que una Unión Europea llamada a afrontar el equilibrio entre sus miembros como elemento determinista permanece ciega ante la más elemental de las ofuscaciones: la desesperación. Ni extraña el resultado del referéndum griego ni tampoco puede hacerlo la decisión del primer ministro Tsipras. 
La conclusión tiene más de preocupante en cuanto que la aceptación de los términos del tercer rescate al que se ve sometida la cuna de Europa evidencia que la voluntad popular se quiebra ante la precariedad, aun cuando la hipoteca que el país heleno asume esté lejos de inspirar verdaderas soluciones a una economía lejana a órbitas económicas tan asentadas como la alemana o la francesa, o incluso a la española, sobre todo ahora que las estimaciones del Fondo Monetario Internacional alienta las perspectivas de crecimiento de nuestro país por encima incluso de las de EEUU. 
Los arrebatos del exministro Yanis Varoufakis eran obligados como expresión mínimamente digna del malestar de un pueblo que había otorgado a la coalición de izquierdas la máxima confianza; esto es, la encomienda irrenunciable de trasladar al corazón de esta Europa cuya solidaridad se sigue sustentando en el músculo del dinero, que hay otras fibras a las que prestar atención. 
Cual aliento del dragón, que no distingue huesos de cartílagos, ni vísceras de la carne, cabría preguntarse qué opciones existen cuando se está al borde del precipicio y lo único que cabe salvar es la dignidad de haber intentado sustraerse a un final que, pese a las evidencias, se quería evitar a toda costa. Una Europa conocedora como pocos de que las situaciones límite solo conducen al extremismo es incapaz, por lo que se ve, de ejercer esa entidad gremial que contempla su propio Tratado al hablar de cohesión territorial. Ni todos somos iguales, ni –lo que es peor– nunca lo seremos; al menos no en esta vida... No es derrotismo aunque sí, tal vez, la constatación de esa fragilidad que supone no ser dueños de nuestro destino. 

EL ALIENTO DEL DRAGÓN

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