CIEN DÍAS

Desconozco el origen de este margen de tiempo que la sociedad ha establecido, queriendo o no, como plazo razonable para que todo nuevo gobierno realice una lectura pública, y en consecuencia se someta al baremo social el balance de los poco más de tres meses del inicio de su gestión. Con toda probabilidad, la costumbre habrá venido impuesta de algún modo por los medios de comunicación y, en concreto, por los anglosajones, que como siempre son los innovadores. Lo cierto es que el hábito hace la costumbre y esta se convierte en obligación para este capítulo tan extraño como desacreditado que es la política. Lo que induce a pensar si realmente un gobierno, sea del tipo que sea, tiene en este estrecho margen de tiempo posibilidad de hacer algo realmente efectivo. No se trata de, acorde con sus promesas electorales, dejar sin efecto una decisión del gobierno precedente –recuérdese la retirada de tropas españolas de Irak dictada Zapatero a los pocos días de llegar al poder– o de, en algo más próximo, como ha sucedido en el caso de Ferrol, renunciar a las plazas para concejales en aparcamientos privados, lógicamente pagadas por la propia administración pública. Y no hablemos ya de que, además, a tal medida se suma la ahora oposición cuando no lo hacía siendo el gobierno.
Los gestos, sea cual sea la dimensión que poseen, tienen la virtud de permitir que el votante vea en todo caso un inicial reflejo de la acción política. Pero prever, estimar, o simplemente pensar que cien días permiten aportar, en la mayoría de los casos, una lectura muy diferenciada de lo que ya existía al principio del mandato no deja de ser una ilusión. Si en muchas ocasiones lo que genera tal demanda es que los protagonistas se vean obligados a presentar algún tipo de avance que suele no darse, en otras deriva en un relatorio de cuanto se ha hecho en esta o aquella área, para resolver este o aquel problema, pero siempre, en suma, bajo la constatación de que no hay nada de calado que transmitir. No faltan alcaldes que, por ejemplo, recurren a esto último. El caso es que, cuando llevan veinte minutos relatando lo que se quiere vender como todo un logro y se constata el goteo de la marcha de los periodistas –acuciados por el reloj, su propia programación o, simplemente, al darse cuenta de que no hay nada que valga la pena sobre lo realmente importante– ,el relato es siempre poco creíble o intrascendente. Cien días no es margen suficiente salvo para –lo dicho– comunicar gestos, pero no hechos.

CIEN DÍAS

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