Inmoralidad política

a política es todo un arte, un territorio en el que es muy fácil equivocarse y no hay político ni en España ni el mundo mundial que no haya cometido errores. Es verdad que los hay de diversos grados y, normalmente, se pagan en las urnas, en el aprecio público o en la percepción ciudadana de quien se equivoca, pero los errores, son eso, errores.
Cosa distinta y mucho más grave es cuando la política democrática se ve desprovista de principios básicos y uno de ellos, elemental y previo a todo lo demás es la condena sin paliativos de la violencia, la equidistancia entre quienes de manera deliberada la ejercen y entre quienes, de acuerdo con la ley, tratan de sofocarla.
Y en Cataluña está ocurriendo que las instituciones y quienes las representan están cayendo, han caído, en una rotunda inmoralidad política que no parecen dispuestos a enmendar. Cuando se condena la violencia se hace con sujeto, verbo y predicado. Sin contextos. Se entiende a la primera cuando se hace con claridad. Salvo excepciones, el gobierno catalán y el conjunto del independentismo se han mostrado obscenamente complacientes con quienes han decidido tomar las calles y quienes estos hacen solo entienden el lenguaje de la condena clara y rotunda. ¿Alguien cree que los incendiarios de Cataluña están agobiados por las criticas de su Gobierno?. Ni agobio, ni miedo, ni nada de nada. Al contrario, han conseguido que quien esté en la picota sean los Mossos que junto con la Policía Nacional se han jugado su físico ante una oleada de violencia nunca vista en Cataluña. Lo malo es que esto no ha acabado y la próxima semana no va a ser una semana fácil.
Hasta tal punto no tienen agobio alguno los que incendian las calles que incluso han inoculado su forma de hacer en la propia Universidad. Muchos estudiantes les han hecho frente y en muchas facultades parece que se impone la normalidad pero qué decepcionante y lamentable resulta ver y escuchar la reacción de las autoridades académicas. A tal punto se ha llegado que algunos rectores se han cargado de un plumazo el plan Bolonia que obliga a evaluación continúa. Pues no, para que los ofendidos y oprimidos puedan seguir a lo suyo, se ha establecido la evaluación única. Esto ha ocurrido en la Pompeu Fabra, la mejor Universidad española. No puede ser más lamentable.
Sin duda, el principal responsable es Quim Torra, máximo representante del Estado español en Cataluña, pero no sólo el. Él y los que le acompañan, los que callan a su lado, los que pudiendo echarle no lo hacen. De ahí que cuando escucho y leo a compañeros a los que admiro y aprecio diciendo día sí y día no que el independentismo está fracturado, no me atrevo a llevarles la contraria porque están sobre el terreno y saben más, pero, la verdad, no acabo de percibir esa desunión. No entiendo tanta fractura cuándo todo sigue igual. No acabo de entender que si realmente existe esta fractura no se haya producido un desmarque rotundo de quien dice que la violencia les da visibilidad internacional y, claro, esto es bueno para el proceso.
Cataluña se ha convertido en el terreno propicio para la campaña que se ha iniciado hoy mismo. El Gobierno que salga de las urnas tiene una papeleta de enormes dimensiones al que de un modo u otro tendrá que plantar cara pero mal haría si creyera que esta pesadilla quita el sueño a los españoles. Ante lo que vemos y escuchamos hay perplejidad y enfado pero son otras cuestiones lo que desvela a los españoles y es todo aquello que tiene que ver, de manera directa, con su vida como es el empleo, llegar a fin de mes, las pensiones. Lo de Cataluña, o dicho con más exactitud, los responsables políticos catalanes provocan escándalo por su inmoralidad política. No es un error. Es un plan.  

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