De vacas en el Congreso

Perdonen, pero estoy emocionada. Cuando pensaba que nada podía devolverme ya la fe en la especie humana, descubro que todos los diputados –todos, repito– han conseguido ponerse de acuerdo en una votación. Por unanimidad, nada menos. ¿Qué es lo que ha conseguido que sus señorías le den al botón todos a una como en Fuenteobejuna? ¿El paro, el cambio climático o la petición que haría cualquier miss que se precie de serlo, la paz mundial? Frío, frío. La votación que ha logrado la unanimidad en el hemiciclo no es otra que las vacaciones de Semana Santa.
Qué alegría, qué alboroto. Sin acritud y con espíritu de consenso, alianza de civilizaciones y toda la pesca. Ni un solo voto en contra. Ni siquiera un catalán díscolo con ganas de decidir por sí mismo, ni un mísero representante del grupo mixto con ansias de acaparar micrófonos.
Y no es para menos, porque los diputados se van a marcar un puente que haría parecer el Golden Gate de San Francisco bastante más cortito que el del Pasaje. Dieciocho días sin pisar el curro. Casi tres semanas de asueto. Así, sin anestesia ni nada, han salido todos corriendo a la Carrera de San Jerónimo sin ruborizarse, al grito de “jo, tía, qué fuerte”, dejando a los leones de piedra. Sin mirar atrás, ni siquiera para asegurarse de que en la cartera llevan los donuts y ese iPad tan mono que les regalan al principio de legislatura, sean cuales sean las notas que saquen.
El último pleno fue el 10 de abril y el próximo está convocado para el día 29. Tiene sentido; tampoco es cuestión de que lleguen estresados de las procesiones y con las torrijas, las degustadas y la propia, no sean capaces de votar a derechas. O a izquierdas, según el bando.
Sé que el diputado que tengo de amigo en mi Facebook me dirá que no solo trabajan para los plenos, que hacen muchas otras cosas, y tendrá razón pero, cuando los pocos españoles que tienen la suerte de tener un trabajo están obligados a olvidarse de la Semana Santa y a hacer más horas extra que Plurilópez, y sin rechistar, que-está-la-cosa-muy-mal, no resulta serio que sus señorías se lo monten a tutiplén, con tres semanas de vacas hasta que toque volver a jugar al próximo “tú la llevas”. Igual que cuando hay un crío enfrente y el semáforo está en rojo: queda muy feo cruzar porque hay que dar ejemplo.  
En el fondo, no deberíamos enfadarnos con ellos. Si es que son como niños. Bueno, no, los niños tienen bastantes más deberes. Y, al menos en esta ocasión, disfrutan la mitad de vacaciones.

De vacas en el Congreso

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