La procesión va por dentro

stamos viviendo uno de esos pasajes que las generaciones venideras tendrán que estudiar en clase de Historia. Están ocurriendo cosas (más bien están dejando de ocurrir) que logran hacer de este período algo difícilmente olvidable. Cada vez que un evento se cancela o se aplaza, los informativos tiran de hemeroteca y recuerdan que no ocurría desde la Primera o la Segunda Guerra Mundial. Para muchos este virus es precisamente la tercera entrega de la mayor batalla internacional del planeta y para todos, el gran enemigo a batir.
Escribir estas líneas confinada, en casa, viendo la Semana Santa pasar con más penas que gloria rompe el alma. Son fechas especiales, diferentes, importantes. Durante años estas jornadas han sido de ritos, de procesiones, de fe. Definitivamente el 2020 nos debe una a todos.
De repente hemos cambiado las filloas y las orejas de Carnaval al aire libre por los roscones y las torrijas en la más absoluta operación de confinamiento con nuestro círculo más cercano. Los días santos más atípicos que logro recordar sacan lo mejor de muchos. Hemos visto en redes cómo se hacían procesiones en balcones, sobre cintas de caminar, en centros de mayores y hasta para tirar la basura. Los andaluces presumen de ser los que más viven y sienten esta hoja del calendario, pero daría para un profundo debate. Creo que cada uno lo vive como mejor entiende y eso nos iguala a todos. Lo de que “la procesión va por dentro” adquiere este año una nueva dimensión de significado. El año que viene podremos celebrarlo como siempre, así que toca hacer recogimiento, todo sea por ganarle la batalla a ese virus que se ha coronado, no precisamente con espino, como el triste protagonista de este año.
Pienso durante esta cuarentena, que superará con creces los 40 días con los que nació el concepto, en todos esos comercios apagados, en los hosteleros con bares y restaurantes cerrados a cal y canto. Pienso en los sueños que habían fijado para estos días y en los números que habían hecho para cuadrar las cuentas de un año que parecía que iba a ser de nuevos proyectos y se ha convertido en uno de nuevos escenarios desconocidos a las primeras de cambio. Pienso en el turismo, en los visitantes, en el preludio de un verano incierto, aunque más deseado que nunca. Creo que nadie sabe la profundidad del agujero que estamos descubriendo. Vilagarcía seguirá siendo especial y única, pero el entramado que mueven los turistas ha faltado ya a su primera cita por prescripción médica, policial y lógica. Algunos nunca han querido tomárselo en serio y han ido quitándole importancia poco a poco. Aquí tendremos la prueba de lo que realmente supone para el crecimiento de esta ciudad y para las oportunidades de trabajo… tiempo al tiempo.
Quiero acabar como empecé. Poniendo el foco en la Semana Santa más rara, más distinta y más extraña que personalmente he vivido nunca. De lo que hagamos en los próximos días y semanas dependerá que sea recordada como una pequeña anécdota en el imaginario de todos o que sea solo la primera de muchas. Ahora mismo parece que lo que más sensato será encomendarse a Santa Rita para que interceda y que se levante este estado de encierro lo antes posible. Que sea mejor en su día grande y no en el de San Roque si puede ser… De momento, nosotros y ellos, tendremos que seguir quedándonos en casa y a cubierto. Guardaremos las postales de estas vacaciones y las mandaremos el próximo año por partida doble. Mucho ánimo, porque tenemos claro que la Semana Santa, como todo lo demás, se da pero no se quita…    

La procesión va por dentro

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