Otro 25N en negro (y blanco)

Cada año el calendario nos señala determinadas fechas en rojo que nos hacen repensar la vorágine del día a día con otro punto de vista. El 25 de noviembre es uno de ellos. Que a estas alturas tengamos que seguir saliendo a la calle, manifestando nuestra repulsa, enfundándonos camisetas reivindicativas y alzando la voz para denunciar que no cabe en cabeza sana alguna que haya violencia de género nos deja bastante mal parados como sociedad moderna.
Esta fecha se ha convertido, casi sin quererlo, en un particular “cabo de año” en memoria de aquellas mujeres que han sido víctimas de quien un día les dijo que las quería. Es realmente fuerte y es profundamente grave. No acabaremos de evolucionar como Humanidad hasta que nos tratemos de igual a igual, y por lo que cuentan los fríos datos estadísticos queda mucha tela que cortar.
Como en la naturaleza, lo de la violencia de género, muchas veces empieza con pequeñas semillas, casi imperceptibles para el ojo humano (muchas veces cegado por las mariposas del estómago). Esas semillas van echando raíces y cuando una se quiere dar cuenta le han cortado las ramas y arrancado las flores para quedarse reducida a un mero tronco al que no se le permite ni moverse sin depender del leñador que porta el hacha llena de astillas. Valga esta metáfora para recordar que es mejor regar a las personas con respeto que con control, y desconfianza.
En esta lucha de poner el foco en esos micromachismos estamos todas y cada una de las mujeres y, por suerte, cada vez más hombres. Nos afecta a muchas pero nos compete a todos. Faltas de respeto y ejemplos de minusvalorarnos se producen a diario, probablemente en el entorno de todos los que estemos leyendo estas líneas más a menudo de lo que pensamos. Y hay que frenarlo.
Sigo asistiendo, en parte perpleja y en parte enfadada, a que de esta lucha comunitaria haya quien quiere sacar réditos partidistas hasta de esto. Lo digo porque hay muchas personas (hombres y mujeres) que desde distintas fuerzas políticas de izquierdas se han querido, históricamente, apropiar de esta batalla, y de otras, cuando en realidad es un debate y un compromiso que cuantos más defensores sume, más fuerza tendrá. La última en sacar los pies del tiesto ha sido la nacionalista Ana Pontón. Para tener la experiencia parlamentaria que se le supone, es inconcebible que en su boca esté utilizar malintencionadamente el término “Manada” para salpicar ataques a los de otras bancadas, y casualmente a la del PP. Creerse en posesión de la verdad y no tener claros los límites de lo ético es fruto de quien está dispuesta a traspasar límites que nunca debieran ni de existir. Es la base misma de los excesos de confianza y de celo que desembocan en lo que todos combatimos: No trates al otro como no quieres que te traten a ti, porque además, en política no todo vale.
Este es para mí un tema tan importante que se me pone la piel demasiado fina a la hora de aguantar excesos. Esta columna de hoy lleva por título Un 25-N en negro por las víctimas con nombres y apellidos que han sido, espero, de las últimas de una lista interminable. Y en blanco, porque confío en que cada día falte un día menos para que esto sea parte del pasado y que cuando hablemos, a toro pasado de este asunto, lo veamos como las películas antiguas, donde no había color y nos parezca igual de lejano. Como digo siempre, ya queda menos…

Otro 25N en negro (y blanco)

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