Pactar con el diablo

jalá el título atendiese a la película de Al Pacino, Keanu Reeves y Charlize Theron, pero es evidente que no. Que se refiere a la última línea roja que ha cruzado un Pedro Sánchez en el que ya no confían ni los suyos, que siguen engrosando la lista de defraudados uniéndose al resto de los españoles. Precisamente por el amor a sus colores y a su carnet ya no pueden apoyar a un Presidente especializado en usar todas las artimañas, por burdas y oscuras que sean, para lograr sus objetivos, que al final no son los de velar por el bien común, sino los de perpetuarse en el sillón de Moncloa a cualquier precio.
Me imagino el papelón y el mal trago de los muchos socialistas de toda España que asisten atónitos al esperpento de su líder. Algunos no lo reconocen en público, pero otros, hasta sus más cercanos, empiezan a levantar sus voces por haber pactado con los herederos del mayor enemigo y más sanguinario de España y de la democracia. Y encima haberlo hecho por la espalda. La retahíla de engaños de estos días ha marcado un antes y un después y ha espantado a propios y a extraños. Es tan grave lo ocurrido que ha hecho evidente la debilidad de la imagen de unidad que se esforzaban en vender. 
Es increíble cómo un papel con un triple encabezado de logos (PSOE – Unidas Podemos – EH Bildu) les ha hecho más daño que todas las mentiras y desgobiernos de Sánchez en esta pandemia. Están tan acostumbrados a manipular y a esconder la verdad que no se lo han contado ni a sus propios ministros. Vaya cuadro.
Lo de Nadia Calviño es el gran colofón. Ha acabado por convertirse en la única cuerda en medio de tanto despropósito. La única que reconoce que la discutida reforma laboral, (que logró la creación de millones de puestos de trabajo y que, mira por donde, ahora es imprescindible para sostener con los ERTE la débil situación económica de millones de familias) no se puede echar abajo por un capricho partidista. La cuestión es que el Presidente, su imagen y su credibilidad están fulminados, dentro y fuera del Gobierno, pero también dentro y fuera de España. La Vicepresidenta Primera, Carmen Calvo, invierte el tiempo (tras su tratamiento en la privada Rúber) en juguetear con el Google Maps para ver si Madrid está a la misma altura que Pekín o que Nueva York. El Vicepresidente Segundo, Pablo Iglesias, emperrado en romper el pacto desde dentro, temeroso de que el PSOE se lo coma igual que él se comió a Izquierda Unida. Y la Vicepresidenta Tercera, Nadia Calviño, se pasa los días exigiendo rectificaciones y plantando cara a los anteriores, consciente de la que se nos viene encima… Nos ha tocado el peor batiburrillo de egos en el peor momento de las últimas décadas. Que Santa Rita nos proteja.
Pero no olviden que aquí en Galicia el BNG ya lo había hecho antes, yendo de la mano en las mismas papeletas con el reducto vasco que se manchó las manos y que tiñó España de dolor, injusticia y víctimas. Sí, aquí en la izquierda hay para dar y tomar. Afortunadamente en esta comunidad tenemos a lo que aferrarnos porque Feijóo ha sido, es y va a seguir siendo, con el apoyo de las gallegas y los gallegos, el contrapeso necesario, el gestor inteligente y el portador del “sentidiño” que nos mantienen a flote.
¿Y Vilagarcía? Pues en Vilagarcía tenemos un alcalde que se ha pasado el confinamiento escondido, observando por la mirilla a ver si el coronavirus desaparecía solo. Callado, huido y de brazos cruzados. Eso sí, cuando el Presidente de la Xunta anunció que para cumplir la ley había que convocar elecciones en plazo y que las autoridades sanitarias recomendaban la primera quincena de julio, le debieron pegar tal calambrazo que empezó a hacer ruido. Mascarillas pocas, pero ruido… cosas del PSOE y sus modelos. Menos mal que en Galicia sabemos lo que queremos.

Pactar con el diablo

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