Adulación y crítica

Como dice Mark Twain, “lealtad al país siempre. Lealtad al gobierno cuando se lo merece”. “No tengas por amigo a quien te alabe”, nos aconseja San Juan Bosco. Un amigo nunca te dice lo que tú quieres escuchar; te dice la verdad y lo que es mejor para ti.

“No hay otro modo de guardarse de la adulación que hacer comprender a los hombres que no te ofenden cuando te dicen la verdad”, según Maquiavelo. 

“Todo adulador vive a expensas de quien lo escucha, según Jean de la Fontaine y, Cabrera Infante subraya que “todos regalamos adulación a los fuertes y aceptamos la adulación de los débiles”.

La lealtad no es sumisión ni servilismo. Es ser fiel a uno mismo y merecer el aprecio y la confianza del superior, por advertirle y corregirle sus errores y orientar sus decisiones con criterio recto y sensato. Es buen consejero el que es leal a los principios y fiel a las personas.

Es una gran virtud del hombre sereno, según Goethe, oír todo lo que censuran contra él. Precisamente, Aristóteles reconocía que, “los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados” y “ningún hombre de espíritu elevado les adulará”.

Pero, para ejercer la crítica es necesario que quien la ejerza tenga “criterio”, de tal suerte, que quien no lo tiene no puede servir de orientación con su crítica. Ser crítico es una tarea que exige un conocimiento pleno de lo que es objeto de la crítica.

Criticar a los gobernantes es un derecho insoslayable de los ciudadanos. Así lo entienden los tribunales internacionales y también, cada vez más, los tribunales nacionales, al establecer que los políticos y los gobiernos pueden ser objeto de un mayor grado de crítica que los individuos ordinarios y que, consecuentemente, la ley les dispensa a aquéllos menos protección frente a la crítica.

Hay que distinguir la opinión de la crítica, es decir, lo subjetivo, particular y personal que caracteriza a la primera de lo objetivo e impersonal que identifica a la segunda.

No sólo la crítica es necesaria, sino que es moralmente correcto ejercitar ese derecho.

No son los políticos lo que nos tienen que decir qué opiniones o argumentos debemos esgrimir o escuchar; primero, porque la opinión que se intente evitar puede ser cierta y segundo, porque suprimir una opinión es asumir que somos infalibles. Los políticos son los representantes de la voluntad ciudadana pero no sus dueños.

Sólo el político más arrogante se atrevería a decir que la crítica es innecesaria, lo que equivaldría a reconocer que es infalible y que nunca comete errores ni se equivoca.

“La crítica puede no ser agradable pero es necesaria”, decía Winston Churchill. Cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano. Es necesario, incluso, hacer una crítica de la propia razón para que ella se enfrente a sus mismas reflexiones.

Adulación y crítica

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