Vivir es confiar

si no se confía en lo que saben, piensan, hacen o dicen los demás, la vida social sería imposible y la convivencia impracticable.
Como dice H. L. Mencken, “es la confianza mutua, más que el interés mutuo la que mantiene unidos los grupos humanos”. Y Shakespeare afirma que “se ame a todos, se confíe en unos pocos y no se le haga mal a ninguno”.
Pero admitido lo anterior, no es menos cierto que la desconfianza desempeña un valor doble en la búsqueda de la verdad. Por un lado, consiste en no aceptar pasivamente lo que se nos ofrece y, por otro, esa misma actitud obliga al que lo pretende a actuar con mayor rigor y fiabilidad. La desconfianza, en estos casos, actúa como un seguro contra la manipulación informativa y el desprecio a la verdad que son, en la actualidad, los grandes males de la sociedad.
Como dice el filósofo inglés, Julian Baggini, en una entrevista con Elena Pita, “un mundo donde no hay una verdad fiable; para mí, significa desconfianza de nuestra capacidad de conocer la verdad”.
Precisamente, esa sana incredulidad es el mejor antídoto contra el fenómeno del populismo, que consiste en que la gente “se cree lo que lo que le conviene sin importarles la fiabilidad”.
La desconfianza consiste en no tener fe en uno mismo, más que en no tenerla en los demás.
Como dice el filósofo inglés antes citado, “las fuentes no son fiables hoy en día; ni la política, ni la ciencia, ni la iglesia, ni la prensa”. Y, termina reconociendo, “que la gente sólo se fía de su instinto y de sus sentimientos”.
La principal función que se atribuye a la desconfianza es la de protección; es signo de miedo o de inseguridad. La desconfianza nace de creer que estamos indefensos ante alguien, lo que solo ocurre cuando nuestra personalidad se siente débil o insegura. La desconfianza es una señal de miedo; equivale a falta de seguridad en uno mismo y de vigor y decisión para actuar.
Sin la desconfianza no existirían ni la autocrítica ni el espíritu crítico, propios del ser humano; pero siempre que no conduzca a la incredulidad radical o por sistema. Frente a esa actitud negativa, debe extremarse el contraste y la verificación de las fuentes, así como los resultados de la información y del conocimiento.
La frase “desconfía y acertarás”, solo es válida para que el oyente y el lector no sean receptores pasivos o acríticos de la información que reciben, tan masivamente.
Una sociedad sin confianza equivale a una sociedad sin valores y sin asidero firme al que sujetarse, pues de la desconfianza al escepticismo y a la desesperación solo hay un paso.
Como dijo Goethe, “desconfiar siempre es un error, confiar siempre también lo es”. Ante ese dilema, lo más prudente es seguir la reflexión de Camilo Benso, cuando dice que “el hombre que confía en el hombre cometerá menos errores que quien desconfía de ellos”.

Vivir es confiar

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