Yo, el otro y nosotros

La vida social de las personas se desarrolla en el triple ámbito del yo, el otro y el nosotros, que, para los sociólogos pudiera ser el individuo, la sociedad y la comunidad y, para los políticos, la existencia, la coexistencia y la convivencia. Alcanzada esta última etapa se logra y confirma el principio de que “vivir es convivir” y que “el ser humano no es el yo, sino el nosotros”, según la terminología orteguiana .
En efecto, el yo preserva y protege nuestra identidad individual; el otro supone la aceptación y el reconocimiento de la identidad individual de nuestros semejantes y el nosotros, la conciencia del vínculo de interdependencia que liga y favorece nuestra unión con los demás. El nosotros denota siempre algo que se tiene o que se aspira a alcanzar en común. Si el yo prevalece sobre los demás aspectos, caemos en la ambición y el egoísmo; si a los otros no los consideramos semejantes y sí, extraños o enemigos, incurrimos en la superioridad racial o en la xenofobia.
Decir los otros induce, en muchos casos, a desdén, sumisión o desprecio; pero, si por el contrario, defendemos el nosotros será posible la colaboración y el entendimiento entre las personas y los pueblos, mediante el respeto mutuo y su concurrencia y leal rivalidad, sin enfrentamientos.
Es evidente que del yo o el egoísmo no se pasa, directa y súbitamente, al nosotros o la solidaridad; antes se necesita pasar por la fase intermedia de los otros, es decir, reconocer en los demás la misma naturaleza racional y su dignidad personal como seres humanos. En este sentido, merece citarse al escritor estadounidense Richard Ford, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2016 que, refiriéndose a la intolerancia que se afana por dividir violentamente a los seres humanos, afirma que el consuelo y optimismo de los escritores está en “el otro; en lo mutuo; en la aceptación del otro y la empatía”.
Según lo anterior, el nacionalismo es el yo o egoísmo de los pueblos, que considera a los otros como extraños, inferiores y objeto de exclusión o menosprecio. La supervaloración del yo individual da lugar al “superhombre” de Nietzsche y la superioridad racial, étnica, política o religiosa engendra toda clase de racismos o domino de unos pueblos y personas sobre otros.
Todo lo anterior nos lleva a reivindicar el valor del nosotros, como vínculo representativo de la unión y cooperación de los hombres y los pueblos, reconociendo lo que tienen en común por encima de lo que les enfrenta y separa.
La demostración de la superioridad social y humana del nosotros se refleja en los Preámbulos de la Constitución de los EEUU de 1787 y de las Naciones Unidas de 1945 que, respectivamente, empiezan con la frase “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos” y “Nosotros, los pueblos de las naciones unidas de Europa”.
En resumen, cuando en la vida social predomina el nosotros sobre el yo y el ellos, desaparecen, tanto el egoísmo antisocial e insolidario como el odio racial y la xenofobia.

 

 

Yo, el otro y nosotros

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