Pan y libertad para Venezuela

La noticia de que la espiral de hiperinflación en Venezuela está rompiendo los récords y que allí se pasa hambre es un hecho lamentable que el dictador Maduro intenta maquillar de todos los modos posibles, mientras los venezolanos huyen en masa a los países vecinos. El FMI ha comparado la crisis en el país con la de “Alemania en 1923 o Zimbabue a fines de la década de 2000”. Los periódicos han recogido estos días que además de la distorsiones en la economía hay una severa escasez de alimentos y medicinas: un kilo de ajos, por ejemplo, cuesta 32 millones de bolívares (seis salarios mínimos) con lo que nos podemos hacer una idea del desastre. “En Caracas y cualquier provincia los precios aumentan cada dos o tres días, dejando impotente al ingreso mínimo (de 5,2 millones de bolívares, apenas un euro en el mercado negro). Ese sueldo hoy no alcanza ni para un kilo de carne y la gente hace lo que puede para alimentarse”, podíamos leer.
“He pasado hasta dos días y medio sin comer. Cuando me da hambre, bebo agua. Si me empiezo a marear, me la tomo con azúcar y me acuesto”, declaraba José Olivares, mensajero de una empresa estatal que gana el sueldo mínimo, con el que apenas puede comprar “dos kilos de yuca, uno de plátano y medio de carne”.
Las pasadas navidades, las peores de la historia del país, todo el mundo se hizo eco de que el panorama era desolador: grandes almacenes vacíos, farmacias sin medicamentos, bancos sin liquidez, mercados sin carne y con precios que se incrementan por minuto, largas colas para llenar el depósito de gasolina, apagones de luz, camiones improvisados para sustituir un transporte público que no existía... ese era el día a día de los venezolanos y si en estas fechas ya se hablaba de una situación dramática ahora las cosas van a peor y hay una total falta de esperanza en que la situación mejore. Los ciudadanos viven resignados y sometidos a las decisiones arbitrarias de una dictadura que no atiende a los requerimientos de la comunidad internacional. Ese país ha pasado de ser la tierra donde manaba leche y miel con unos recursos naturales impresionantes a un lugar de escasez y hambre.
El pueblo venezolano sabe que es un país rico, pero minado por la corrupción, lo que le ha llevado a unas tasas de inseguridad insoportables, al desabastecimiento de los productos básicos y a una violación constante de los derechos humanos. Maduro no es Chávez, aunque se le aparezca reencarnado en un pajarito. No es el líder populista que compraba voluntades a los países limítrofes a base de petróleo. Se acabo el filón, solo hay migajas que repartir y dada su incapacidad para sacar a Venezuela adelante ha optado por sacar las armas y disparar a matar a quien se atreva a hacerle un ruidito en cualquiera de las manifestaciones que se convocan a diario, el recuso cruel y cobarde de los tiranos.
El tirano permanece contra viento y marea, saltándose la legalidad y los venezolanos pasan hambre. Herlinda Sánchez, una arquitecta de 36 años, contaba que ahora su familia solo puede consumir pollo dos veces a la semana. “Tenemos prohibido aceptar visitas en horas de comida” afirmaba. De hecho, un estudio de las principales universidades asegura que la pobreza subió un 87% en 2017 y sigue creciendo de manera desbordada al igual que las personas que salen del país buscando no solo pan sino libertad y esperanza. ¡Qué drama!  

 

 

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