Un país para viejos

igámoslo pronto: el grado de civilidad y progreso de un país se mide por el trato que otorga a sus ancianos. A los mayores de la sociedad. Hay países en los que el respeto a los ancianos y la consideración social que merecen está más arraigada que en otros. Aunque no se puede generalizar, en el mundo más avanzado, con la excepción de Japón dónde los mayores son muy respetados, la entronización de la juventud cuyos valores dinámicos son objeto de culto y exaltación por parte de los medios audiovisuales tiende a arrinconar a las personas de la llamada “tercera edad”. 
La publicidad es uno de los vectores que conforman y transmiten pautas de comportamiento. En su escala de preferencias –y valores– el consumidor precede al ciudadano y en esa carrera los viejos que con el paso del tiempo ven deteriorada su capacidad adquisitiva, se van quedando atrás. En muchos casos instalados -o arrinconados- en residencias geriátricas cuando ya por razones de edad y de deterioro físico la sociedad prescinde de ellos. Aunque pueden votar –y lo hacen– lo cierto es que su voz, apenas cuenta. Ha tenido que ser la desgracia que nos ocupa y amenaza: las muertes traídas por la pandemia de coronavirus la que ha colocado el foco en las residencias en las que muchos de ellos viven los últimos años de sus vidas. En algunos casos arrinconados y mal asistidos según la denuncia realizada por la ministra de Defensa, Margarita Robles, a partir de que los soldados del Ejército que realizan tareas de desinfección de este tipo de establecimientos han descubierto que en algunas de las residencias los ancianos vivían “en situaciones extremas y malas condiciones de salubridad, así como que había residentes fallecidos cuyos cadáveres no habían sido retirados”.
Ante hecho tan escalofriante la Fiscalía del Estado informa de la apertura de una investigación para determinar posibles responsabilidades penales. Desde alguna de las asociaciones que agrupan a las residencias se defienden de la ola de críticas y de la indignación suscitada por la denuncia diciendo que los residentes son víctimas de la pandemia, no propagadores del virus. Pero no hay excusa que justifique el abandono en el que se encuentran los ancianos en algunas residencias. Nuestra sociedad y las de nuestro entorno europeo están orientada hacia el mundo de los jóvenes. Pero los viejos tienen derecho a vivir con dignidad y buen trato los días que les queden de vida. Frente a las modas que tratan de convertirnos en una sociedad de adolescentes, hay que levantar la voz para decir que España sí es un país para viejos. Quien ose decir lo contrario cambiará de idea así que pasen los años. 

Un país para viejos

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