Los candidatos que yo conocí: Pablo Casado

¿Podría Pablo Casado dar la gran sorpresa el 10-N y convertirse en presidente del Gobierno? Ignoro lo que podría ocurrir si esta frenética campaña se prolongase durante un par de meses más: puede que el Partido Popular lograse la remontada, sugieren algunas encuestas. Hoy por hoy, ni las encuestas ni las relaciones entre los posibles ‘aliados’ del PP, Ciudadanos y Vox, abonan esa hipótesis. Y, sin embargo...

Sin embargo, considero probable, dentro de lo que en este país nuestro de sorpresas y vuelcos pueda ser probable, que Pablo Casado se convierta, algún día en el jefe del Gobierno. No sé a través de qué caminos ocurrirá, que los designios del Señor son inescrutables, y más en España. Pero es más posible que esto ocurra a que nunca ocurra. Casado tiene partido, sedes, apoyos externos y algunos buenos colaboradores. Y quizá llegue a dar la talla: otros tenían menos estatura y ya ve usted dónde están o estuvieron.

Lógicamente, nada tiene que ver con mis presuntas o reales inclinaciones políticas, pero lo cierto es que, ya en 2011, desde la experiencia que uno había ido adquiriendo a lo largo de tantos años de profesión, dije, y escribí, que Pablo Casado era uno de los políticos con un talante más parecido al del Adolfo Suárez. Muy de agradecer para el periodista que ha de seguir los avatares de quienes aspiran a representar a la ciudadanía. Luego, Casado quiso aprovechar este ‘semblante suarista’ de manera algo oportunista, ‘fichando’ al hijo de quien fue presidente del Gobierno desde 1976 hasta 1981, cuando el gran Suárez dimitió poco antes del ‘tejerazo’.

El plan ‘adolfista’ no resultó del todo por muy diversos motivos que sería prolijo enumerar aquí. A Casado, reconozcámoslo, hay que elogiarle por varios motivos. Porque, en momentos de zozobra tras la quiebra del ‘marianismo’, pudo y supo a duras penas mantener cohesionado el partido, remontar el vuelo tras perder 71 escaños, girar desde unas posiciones impostadas a otras moderadas, que son las que cuadran a este ‘yerno ideal’, como fue definido ingeniosamente por no recuerdo quién. Ha logrado, milagro, concitar el apoyo simultáneo de Mariano Rajoy y de José María Aznar. No es poco.

Apenas se le conoce otro resbalón que el que sufrió gracias a la concesión de un ‘máster’ excesivamente facilitado por una Universidad que merecería investigaciones más profundas que las que ha sufrido. Cierto que su carrera no incluye incursión alguna en la empresa privada ni gestión más allá del escaño. Pero eso, tal falta de experiencia, les ocurre también a los demás candidatos, si exceptuamos el breve paso de Albert Rivera por ‘la Caixa’ de Barcelona.

Rivera ya no parece, sin embargo, el rival de Casado; mucho han cambiado las cosas en los últimos meses, y los errores del líder de Ciudadanos, en mayor medida que los aciertos propios, han consolidado al actual presidente del PP en un lugar más o menos sólido, máxime contando su partido con las presidencias de Andalucía, Castilla y León, Madrid y, por supuesto, Galicia, aunque el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, una de las figuras con mayor empaque político de España, sea un punto y aparte en el panorama de la derecha.

Ahora, Casado tiene las riendas de la gobernabilidad de España tras las elecciones. Su plan de ‘España suma’ no ha funcionado, más por culpas ajenas que otra cosa. La salida que muchos prevén, y que a muchos les gustaría, es que el PP apoyase una investidura en solitario de Sánchez absteniéndose. A cambio de algunos pactos reformistas y de una presencia privilegiada en los foros públicos, lo que daría a Casado la patente de ser el hombre que hizo posible el principio del fin del bloqueo político.

Pero eso, claro, no lo puede decir en campaña. Ni él, ni Sánchez, con quien las relaciones son bastante mejores de lo que ambos quieren aparentar. No, uno no tiene ni estas intenciones ni tal poder. Uno, simplemente, cree que el sentido común en algún momento se acabará imponiendo y que la España reformista, regeneracionista, la que puede imponer soluciones moderadas pero eficaces en Cataluña, se acabará imponiendo sobre voceríos y divisiones ya absurdas entre ‘izquierdas’ y ‘derechas’, que bastante daño han hecho a este país que tanto se ha desgastado fomentando esa locura de las ‘dos Españas’. Un concepto que, creo que me consta, gusta bien poco a este ‘nuevo’ Casado, el de la barba que le diferencia de Albert Rivera y le da un cierto empaque senatorial. A sus 38 años, ya digo. Si propicia bien el presente, para él hay futuro.

Los candidatos que yo conocí: Pablo Casado

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