El coche usado y estos candidatos

Bien que siento lo que a continuación voy a decir, porque tengo aprecio personal por casi todos los participantes en los debates a cuatro que nos han mantenido despiertos hasta después de la medianoche el lunes y el martes. Pero me hicieron recordar lo que, en la prensa norteamericana de la época, decían de “Richard (Nixon) el tramposo” tras lo de Watergate: “¿Compraría usted un coche usado a este hombre?”. Yo no estoy seguro de que los hombres que quieren ser presidentes no intentasen disimular, si me estuvieran vendiendo un vehículo, algún fallo del motor o de la caja de cambios. Creo que no me aventuraría a hacer esa compra.

No quiero parecer pesimista ni destructivo, pero fue tal el cúmulo de medias verdades –vamos a llamarlo así–, trucos de imagen que harían parecer la magia de Houdini como algo casi de realismo socialista, descalificaciones mutuas y puñaladas disfrazadas como palmadas en el hombro, que, tras ambos espectáculos, me levanté de mi silla de comentarista desazonado: ¿Es eso lo que podría esperar de quien ocupe el principal despacho de La Moncloa durante los próximos cuatro años, si nadie lo remedia?

Tengo a los cuatro por personas honradas. Y deseosas, cada cual, claro, con sus ambiciones personales, de servir a España, entendiendo cada uno a su manera cómo ejercer este servicio. Buena gente, supongo, en general, aunque ningún verdadero estadista entre ellos. La bondad, como el valor a los soldados de antaño, se les supone, y yo no tengo ninguna prueba en contrario. Aunque el propio Pablo Iglesias dijo que había tres guapos –con corbata, por cierto– y que los tres eran malos. Será porque el candidato de Podemos se considera el feo y el bueno; juzgue usted mismo/a sobre tales cuestiones estéticas (y éticas).

Yo lo único que digo es que todo lo que vieron mis ojos en las dos noches consecutivas fue un ejercicio de impostura. Quien ha presentado una enmienda a la totalidad de la Constitución monárquica se nos presentó como el campeón de la defensa de nuestra ley fundamental; quien se reclamaba líder de la transparencia nos mostraba exactamente lo contrario; quien decía tener más conocimientos se refugiaba en la lectura de los temas que él mismo debería haber redactado. Hubo intercambio venenoso de libros, listados de corruptelas, fotos de ausentes, descalificaciones injustas, preguntas comprometidas sin respuesta.

Debo decir, para que nadie me acuse de escaquearme, que, aunque personalmente discrepo de muchas de sus recetas programáticas y de bastante de lo que ha hecho durante la campaña, en este sentido Pablo Casado me pareció (en el segundo debate) el más sincero y convencido de lo que estaba diciendo, el menos –Pablo Iglesias tampoco lo fue mucho, la verdad– marrullero.

Pero no les compraría un coche usado a ninguno de los cuatro. Tampoco a la mayoría de los que deberían, desde sus aspiraciones a ocupar La Moncloa, haber estado en los debates y no estuvieron. Lo malo de esta reflexión mía es que, en mi concepto, un voto vale más que un coche. Y yo acudo a mi colegio electoral en bicicleta, así que ni siquiera voy motorizado.

El coche usado y estos candidatos

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