Cuando Twitter te persigue...

Reconozco ser un fan de Twitter: cuento con más de veintidós mil seguidores –para lo que valgan– y cada día pierdo-invierto bastantes minutos en responder a algunos de ellos con los que mantengo una buena relación de red social, que es una nueva, aunque limitada, forma de relacionarse. Pero a la vez, abomino de esta red cada vez que se me ocurre, en una tertulia radiofónica o televisiva, discrepar de la mayoría imperante. Que no digo yo que el discrepante siempre, ni la mayor parte de las veces, tenga razón; yo no, al menos. Digo que es obligación de una democracia reflexiva respetar a quien piensa diferente. Y eso, en Twitter, no faltan quienes, amparados en seudónimos, lo olvidan. Y de manera cruel, zafia, insultante y amenazadora.
Me acaba de ocurrir, de nuevo, en estos días, en los que me he permitido opinar que quizá no convenga judicializarlo todo en política, ni siquiera cuando se trata de la política catalana. Y que haber hecho un personaje nacional de un concejal oscuro y poco esclarecido de Badalona, a quien se le ocurrió romper en público lo que parecía una orden judicial, resulta una demasía: impóngasele la sanción por falta administrativa que corresponda y acabemos. Y casi lo mismo sea dicho de la persecución a Artur Mas por aquella malhadada falsa y absurda consulta del 9 de febrero de 2015, que sirvió para mostrar que en Cataluña existen más de dos millones de personas dispuestas a votar a favor de la independencia, si medidas políticas adecuadas, que no penales, no lo impiden. Políticas y no penas de inhabilitación, que de nada sirven, o de cárce.
“Summa lex, summa iniuria”. Yo interpreto la frase clásica del Derecho Romano como la inconveniencia de que la aplicación literal de la ley, en según qué casos, puede provocar más daños que su no aplicación. Lo que no quiere decir que olvidemos la ley, como te acusan quienes quieren arrojar el Código Penal a la cabeza de los independentistas, catalanes o de donde sean: lo que quiero decir es que las normas son interpretables y que para eso están los jueces y las circunstancias. La política es el arte de no generar conflictos, que es lo contrario de lo que los halcones exigen a los togados, a los políticos y a los que trabajamos en los medios: leña al que no cumple lo mandado por la norma y el tribunal, sea en las condiciones que fuese. Esa dureza acabará generando conflictos sin cuento. Porque en política los diferendos se solucionan dialogando, negociando, sabiendo que algo de tu razón vas a perder a manos de la razón, o hasta de la sinrazón, del otro. Nunca se solucionaron, sino a corto plazo, las divergencias con la mera utilización del palo, sin zanahoria posible.
Lo que acabará generando conflictos es, más bien, que se consagre el predominio del pensamiento en ciento cuarenta caracteres en manos de los extremistas. Ellos saben que generan influencia, que nada tiene que ver ni con la opinión pública, ni con las minorías silenciosas ni con la sociedad civil. Quienes nos vemos sometidos al veredicto de las redes, sabemos que es un juicio sumarísimo, sin abogados defensores, sin jueces imparciales, solo con fiscales, lo que nos espera en cuanto nos apartemos un milímetro de la raya roja marcada para la ocasión, una raya que es variable, según la veleta de la mayoría gire en uno u otro sentido. Y yo así no quiero jugar, ni en este espacio escrito, ni en algunas tertulias donde te crucifican gentes carentes de la capacidad de analizar lo que dices. ¿No puede alguien parar este infernal tiovivo, que yo quiero bajarme?

Cuando Twitter te persigue...

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