La dulce voz de una niña resuena entre las llamas

La evidencia de las varias Españas quedó de manifiesto este viernes, cuando la tercera España dudaba, ante el televisor, entre atender a lo que ocurría en Oviedo, donde la princesa Leonor se estrenaba en público y donde nadie habló, en los estrados, sobre Cataluña, o de lo que sucedía en Barcelona, donde las llamas de los salvajes, mal llamados ‘radicales’, teñían de color naranja y de caos las pantallas. La voz de una todavía niña pronunciando bellas palabras de concordia y de servicio a la nación frente a la brutalidad de los enfrentamientos callejeros provocados por unas vándalos más o menos protegidos por el principal pirómano, nada menos que el president de la Generalitat, Quim Torra.

¿Dónde, en este panorama dual, incompatible, estaba el Gobierno (en funciones) de la nación? Quizá estaba preguntándose cuánta factura pasarán en las urnas cinco noches de horror prácticamente incontrolado en las ciudades catalanas. ¿Se equivocó Pedro Sánchez, se equivoca el ministro del Interior, Grande-Marlaska, cuando tratan de minimizar, sin quitarle, claro, importancia, lo ocurrido tras conocerse la sentencia del ‘procés’? ¿Yerra el presidente del Ejecutivo en funciones al decir que ‘la moderación es otra forma de fortaleza’, al rechazar ‘por ahora’ aplicar el artículo 155, la Ley de Seguridad Nacional, la declaración de un estado de emergencia, como le piden ya los partidarios de las medidas más severas?

Personalmente, creo que no, que en esto no se equivoca, aunque en otros apartados no pueda estar más lejos de la realidad. Siempre habrá tiempo de poner en marcha el 155 y demás, una vez que se compruebe si en esta semana que entra baja o no el soufflé de la violencia callejera, a la que no han sido ajenos algunos ‘agitadores profesionales’ venidos de más allá de las fronteras. 

Veremos si las previsiones gubernamentales se cumplen y la tensión disminuye –que ya sabemos que desaparecer no va a desaparecer– en una Cataluña cuyos habitantes viven, me consta, momentos de desesperación y hasta pavor. Esto traerá lamentables consecuencias económicas, políticas, sociales y morales.

La semana ha sido desastrosa. La campaña electoral, entendida en su mejor acepción, la de formular propuestas de mejora al electorado, ha desaparecido tragada por las llamas. Solo quedan las encuestas y el efecto del desgobierno en la intención de voto el 10-N. La última hazaña del pirómano podría ser lograr una inesperada derrota de Pedro Sánchez y la victoria de una derecha que, sin dudarlo, aplicaría medidas ‘duras’ en Barcelona, comenzando por procurar la salida de Quim Torra de la Generalitat; que se vaya de una vez a hacer compañía a Puigdemont, que parece inmune a cualquier euroorden tratando de hacerle regresar a España.

El panorama ha sido, esta semana, de máxima agitación. Difícilmente podría Cataluña resistir otra igual: ni los comerciantes, ni los industriales, ni los hosteleros, ni los taxistas, nadie en su sano juicio, podría aguantar mucho más, por muy independentista que se sienta en su corazón y quizá hasta en su cerebro. La factura de la semana pasada será la quiebra del Govern, del que tiene que salir de inmediato el ineficaz conseller de Interior, ya que no el propio Torra. Pero también pagaremos esta factura de este lado del Ebro. Y puede que la cuenta más abultada se la pasen a Pedro Sánchez y al PSOE el próximo día 10, mientras que las posiciones más intransigentes –Vox llegó a pedir el encarcelamiento de Torra esposado– podrían verse recompensadas en las urnas. Ya veremos.

Mientras, en Oviedo no se hablaba, desde los atriles –pero sí, y no poco, en los pasillos del hotel Reconquista–, de Cataluña. Ni una palabra en el discurso del Rey ni en el breve parlamento de su hija. Ni en los de los premiados, que, ante el panorama, quedaban relegados a un muy segundo plano, entre otras cosas porque últimamente los premios, en su afán de ser ‘Nobel asturianos’, no aciertan con unos galardones lo suficientemente mediáticos. No sé si la voz todavía infantil de la heredera de la Corona logró imponerse sobre tanto tsunami antidemocrático; a mí me gustaría poder responder con un ‘sí’, lleno de seguridad, cuando diplomáticos y periodistas extranjeros me preguntan si esa todavía niña reinará algún día en España, en las Españas.

La dulce voz de una niña resuena entre las llamas

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