El asalto al Parlamento

Hace años, se puso coyunturalmente de moda una obra de teatro, que pude ver en París, titulada “El asalto al Parlamento”. Se refería a la liquidación de la naciente democracia en Checoslovaquia por los tanques del Pacto de Varsovia; y uno de los pasos en la liquidación de la democracia era, lejos de tanques y botas militares, pero con el mismo espíritu, la toma del Legislativo por los totalitarios, utilizando métodos no violentos y aparentemente legales, pero poco éticos y menos estéticos. Y aparte usted de mí el ánimo de comparar unas situaciones con otras, más allá de señalar que el Parlamento, la sede del Legislativo, debe ser considerado el arquitrabe de una democracia, por encima de los otros dos poderes y, desde luego, por encima del cuarto poder, los medios de comunicación.
Insisto, para evitar malas interpretaciones, en desvincular unas situaciones de otras. Nada que ver la España de 2018 con la Checoslovaquia de los sesenta o de los setenta. Es más: proclamo mi sintonía inicial con un Gobierno que, llegado por vías extrañas, sirvió, al menos, para superar la inoperancia de los ejecutivos anteriores representados por Rajoy. Pero en la pervivencia de una democracia, tal y como a mí me gustaría que fuese, hay cosas muy serias: la que más, el Parlamento. Y, si empezamos haciendo mofa del Legislativo, a base de buscar resquicios en el Reglamento de la Cámara Baja para saltarnos una mayoría en la Cámara Alta, mal iremos. Porque si hay una cuestión en la que no se puede permitir la menor inseguridad jurídica, o moral, es en el funcionamiento de un Parlamento, que debe ser siempre previsible, pautado y hasta en lo que toque, pausado. Como me consta que les gustaría a los actuales responsables de ambas Cámaras, Ana Pastor y Pío García-Escudero.
No sabe usted cuánto siento decirlo, pero sospecho que, a la hora de colar de rondón la posibilidad de tramitar por urgencia la senda del déficit, saltándose el, por otro lado, indeseable veto del PP en el Senado, ha habido una burla a las normas sacrosantas de una democracia parlamentaria como la que tenemos la suerte de tener. Le hago gracia al lector de los mecanismos reglamentistas y de cómo se han burlado, pero sepa que “colar” una enmienda de tal importancia en una ley que nada tiene que con lo que se enmienda es un desafuero parlamentario. Así que no quedará otro remedio que adherirse moralmente a los recursos que contra tal desafuero puedan presentarse. Mal paso el de Sánchez, o el de quien le asesore en estos temas, apuñalando a un Parlamento ya herido por la sal gorda de Rufián, por las exageraciones de Rafael Hernando, por las burlas de Iglesias, por los saltos a la norma reglamentaria de Rivera y, ahora, por las maniobras en la oscuridad de Sánchez, que se debe creer más listo que nadie con estas cosas que a veces hace.
No salvo a nadie, todos son, quizá somos –en la medida en la que no denunciamos con suficiente fuerza lo que está ocurriendo– culpables. Estamos matando al Parlamento, que es la gallina de los huevos de oro de una democracia. Si lo seguimos permitiendo, lo pagaremos caro.

El asalto al Parlamento

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