España anda como ausente

Cuando un país se distrae, muchos males pueden llover sobre su superficie. Le ocurrió a Gran Bretaña, que ya, entre Escocia y el Brexit, no es tan grande moral e internacionalmente. Les ha ocurrido a otros países europeos y latinoamericanos, y no digamos ya a Estados Unidos, que vaya semestre llevan con su nuevo presidente. Y nos está ocurriendo a nosotros, los españoles, que andamos algo nerudianamente como ausentes y callados, pese a toda la barahúnda.
No voy a decir que la declaración como testigo de Rajoy ante el “Tribunal Gürtel 1” sea una mera distracción, aunque algo sí tiene, obviamente, de espectáculo. Sí quiero decir, sin embargo, que no es ahora lo fundamental en el camino que deberíamos marcarnos hacia una democracia mejor, más participativa y, desde luego, más justa. España tiende a despistarse con lo interesante, relegando lo importante. Y lo importante, aunque a usted le suene a tópico, se centra en la educación, las pensiones, la lucha contra el terrorismo, la mejora de la sanidad y, ya digo, la búsqueda de una democracia de la que podamos sentirnos orgullosos. En este último apartado está, claro, la lucha contra esa corrupción y también la búsqueda de soluciones más consensuadas e integrales de solidaridad territorial, que es uno de nuestros grandes problemas.
Conste que sí pienso que Rajoy tenía que acudir a declarar, como todos los demás responsables en el pasado de un PP en el que ocurrieron demasiadas cosas irregulares, supongo que casi ninguna achacable a una acción directa de Rajoy, pero sí influenciadas por una actitud negligente en la lucha contra los corruptos del PP. El presidente, aunque pudiera parecer, por el ruido, lo contrario, no va como inculpado, ni siquiera como investigado: va como testigo. Con todo, con sus silencios, sus ambigüedades y su peculiar manera de encarar los problemas desde una distancia escéptica, Rajoy salió con bien de esta: no cometió errores el miércoles y la página, un trágala, pasará y a otra cosa. Pero el pasado corrupto ha de ser abordado, y Rajoy no puede estar ausente en este repaso a la historia: debería protagonizarlo, en lugar de ponerse a la defensiva.
Es eso precisamente lo que me inquieta: la otra cosa. Los desafíos de un país que se nos distrae a la menor oportunidad. La pereza a la hora de buscar enfoques nuevos. La falta de respuestas a la locura del inquilino de la Generalitat y su entorno. La nación tiene que tener respuestas, y no pueden ser un Gobierno silente y una izquierda sin norte (ni sur), ambas, ya digo, como ensimismadas en sus propios asuntos, y no en los de los ciudadanos, quienes ofrezcan estas respuestas. Así, defender con uñas y dientes, como sea, a un presidente que simplemente pasaba por ahí, o pedir en pancartas excesivas, inflacionadas, que ese presidente se marche (pero ¿por qué?), parece ser el juego político del verano. Pero no estoy seguro de que el panorama esté para más juegos de los estrictamente necesarios para desahogar tensiones. El miércoles debería servirnos para cerrar la etapa más ajena a la creación de un Estado. Y ya solamente faltan dos meses y cinco días para que los trenes choquen, socorro.

España anda como ausente

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