Europa nos mira

Reconozco el esfuerzo de Pedro Sánchez recorriendo las capitales europeas ‘hostiles’ a desembolsar en favor de España e Italia, entre otros, ese fondo europeo de reconstrucción, que hoy será debatido cara a cara entre los mandatarios de la UE. Tengo que lamentar, en cambio, que el Gobierno, una de cuyas estrategias consiste en ganar tiempo, no dijese la verdad acerca de las dificultades que algunos países de la Unión ponían, y ponen, a permitir la puesta a disposición del Ejecutivo español de esa cantidad barajada de 144.000 millones de euros, que tanta falta nos hacen. Ahora, una vez que estas trabas de Holanda y otros países ‘austeros’ se han puesto claramente de manifiesto, Sánchez admite que ‘tendrá que ceder’ en el acuerdo sobre el fondo. Sí, pero ¿ceder en qué? ¿cuánto? ¿cuándo? Y sobre todo ¿con quién?

Sigo pensando que esta no es cuestión baladí. Ciento cuarenta mil millones, la mitad prácticamente a fondo perdido, no se conceden, y eso creo que Sánchez lo sabía desde el principio, así como así. Los interlocutores del presidente del Gobierno español han hablado de la necesidad de que las fuerzas políticas se pongan de acuerdo y de que el propio Ejecutivo de España diseñe una línea de actuación unívoca en temas clave, entre ellos la derogación de la reforma laboral, que el ‘socio’ Podemos sigue defendiendo ante el disgusto de no pocas capitales europeas. De hecho, temo que hay una parte del Gobierno que disgusta a muchos integrantes del Consejo Europeo. Un vicepresidente tan atípico como Pablo Iglesias y algunas de sus no menos atípicas actuaciones hacen enarcar bastantes cejas europeas. Sospecho que los ‘austeros’, antes de aflojar la bolsa, pedirán a España garantías ciertas de contener el gasto público, procurar un equilibrio financiero y atenerse a las recetas ‘clásicas’ que tanto defiende la otra parte del Gobierno español, personificado en la vicepresidenta Nadia Calviño.

Un diplomático francés, que tuvo ciertas responsabilidades en la gobernación de su país, me comentaba que no se concibe que España tenga un Ejecutivo de las magnitudes del nuestro, con nada menos que cuatro vicepresidencias y que la nación, con todas sus Comunidades Autónomas, duplique casi el número de funcionarios públicos de Alemania con todos sus länders. Eso, añadía, sin contar con la anomalía que supone que en un mismo Gobierno convivan dos formas opuestas de concebir la forma del Estado. Sospecho que estas observaciones se las están haciendo a Sánchez estos días, y que volverá a oírlas esta viernes. Junto con otras sugerencias aún más desagradables, sobre todo para la ciudadanía. No hablo solamente de una subida de impuestos mucho más generalizada de lo que se nos había inicialmente presentado, sino de una posible bajada de las pensiones y de los sueldos de los funcionarios, que es cuestión ya comúnmente tratada en los pasillos de Bruselas.

Puestas así las cosas, no se entiende que Sánchez hable de ‘ceder’ en unas planteamientos iniciales que, al parecer, solamente él y su colega italiano, ni siquiera Macron, habían puesto sobre el tapete europeo. No se trata de que el presidente español ‘ceda’ sobre sus pretensiones, sino de que incorpore a esta negociación con Europa, en la que a todos nos va mucho, al resto de las fuerzas políticas. Cada día resulta menos admisible que Gobierno y oposición no lleguen a un amplio acuerdo de reconstrucción del país, sabiendo que pasa, en primer lugar, por la benevolencia europea sobre los fondos. Y existe la sensación de que a Europa no le gusta ‘esta’ España política diseñada hace seis meses y que no sale precisamente ni más fuerte ni más unida de la pandemia. De hecho, ni siquiera, ay, hemos salido aún de la pandemia.

Europa nos mira

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