Esta ha de ser la última vez que votemos así

Los últimos mensajes que recibimos en el cierre de la campaña electoral pueden resumirse, todos, en cinco palabras: “O yo o el caos”. Lo cual, si cada uno de ellos se erige en único salvador posible, nos hace temer que estamos asomados al abismo de lo caótico en este domingo histórico que recordaremos, 10 de noviembre de 2019. El día en el que todo empezó a seguir destruyéndose. O a, ojalá, construirse. O el día en el que el muro comenzó a derribarse a golpe de votos. Ya, pero ¿qué, a quién votar para derribar ese muro y empezar a construir un edificio políticamente sólido? Porque lo de Berlín, eso de que de pronto se caiga un paredón sin que nadie supiese muy bien cómo había sido, aquí no pasa: los muros invisibles levantados por la incompetencia, los rencores, la pereza, el egoísmo y la corrupción son mucho más sólidos que los levantados a base de hormigón, cemento y ladrillos. O a base de adoquines como ese con el que nos ilustró Rivera, dicen que comprado en Amazon, en el único y tristón debate que ha jalonado la campaña.

Muchas veces he pensado que, dado el anacrónico sistema electoral que padecemos, y que quizá nos lleve a unas quintas elecciones pronto si Dios y ‘ellos’ no lo remedian, la papeleta de voto debería llevar una explicación de la finalidad que se da a ese sufragio: yo voto por una coalición de tal y cual partido; yo, por que fulano se abstenga para que gobierne mengano; yo, para que ‘mi’ formación tenga el poder en solitario; yo... Bueno, usted entenderá que el escrutinio sería imposible, porque cada español tiene una motivación peculiar, como tiene en su alma un seleccionador de futbol ideal y, así, nos encontraríamos con al menos veinte millones de mensajes diversos explicando cada voto, sospecho.

Así que la única solución sería que los españoles nos acostumbrásemos a votar de otra forma, porque nuestra legislación electoral ha de ser distinta. Es decir, hemos de forzarnos a votar pensando en que el más votado será quien llegue al poder y, por tanto, a ser nuestro representante. Eso reclama una profunda modificación de la legislación electoral, incluyendo una leve reforma constitucional para permitir ir a un sistema de doble vuelta. Estas deben ser las últimas elecciones que acometamos sin un gran pacto entre las fuerzas constitucionalistas nacionales para acometer, ya mismo, esa reforma. O eso, o seguiremos condenados para siempre a esta inestabilidad política, sin poder soñar en mayorías estables, que tanto daño nos está haciendo. No entiendo que nuestras fuerzas partidistas nos hayan permitido llegar a esto y que hoy, cuarta vez en cuatro años, estemos nuevamente plantados ante las urnas.

El caso es que, dejémonos de ensoñaciones sobre acuerdos de futuro, este domingo nos toca votar. ¿La última vez con este sistema electoral? Temo que ya me lo pregunté en abril y en junio de 2016, y nada. En fin, quiero ser políticamente correcto, e inducirle a usted, en lo que valga mi opinión, a que acuda a su colegio electoral, tome la papeleta que menos rabia le dé y la introduzca en la ranura, tapándose o no la nariz, como usted prefiera. Yo así lo voy a hacer (con la nariz tapada, naturalmente), incluso sin poder explicar cuáles son mis objetivos votando lo que esta misma mañana he decidido que voy a votar. Anímese: tal vez un día de estos ellos entenderán el mensaje e interpretarán correctamente para qué, por qué, seguimos apoyándoles, pese a todo lo que nos han hecho. Pese a todo lo que NO han hecho.

Esta ha de ser la última vez que votemos así

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