Jueves Santo, la procesión va por dentro

una de las cosas con las que el cataclismo en el que estamos viviendo amenaza con acabar es con las tradiciones: ya vimos lo que ocurrió, investidura va y viene, en las fechas navideñas y de Reyes, y ahora nos hemos quedado sin las procesiones de Semana Santa. Es más: este Jueves Santo, por primera vez en la Historia -estamos batiendo récords de primeras veces para tantas cosas...-- , en el día en que la Iglesia celebra la última cena de Jesús con sus apóstoles, habrá sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. Sospecho que Sus Señorías, que tienen mucho que debatir, tratarán de acortar la jornada ‘política’ en el Congreso y los reproches y controversias, los de verdad, quedarán para la semana próxima. Este jueves apenas, creo, se aprobará la extensión del estado de alarma hasta el 26 de abril, y algo, pero poco, más. La procesión, en esta día central de la Semana Santa, irá por dentro. Ya acabará saliendo a la calle.
Que en una jornada como la del Jueves Santo se plantee sobre el tapete, aunque no vaya a debatirse en profundidad, nada menos que el futuro del país nos da una idea de hasta qué punto se han trastocado los valores: estos eran días vacacionales, en los que la actividad, excepto la lúdica, se paralizaba. Por razones jocosamente bien diferentes a las trágicas actuales, claro.
Que, a estas alturas, debamos confesarnos que no sabemos el número real de muertos por el coronavirus, ni, menos aún, el de contagiados, que no hayamos encontrado la plataforma de unidad política suficiente como para acordar cómo, cuándo y con quiénes vamos a intentar salir de la espantosa crisis que nos aguarda, y no solo económica por cierto, es algo que ha de hacernos reflexionar acerca de si vamos por el buen camino. Creo que la sociedad tiene el derecho, y el deber, de exigir a sus representantes un mínimo de sentido de la responsabilidad. Y seguir haciendo política ‘vieja’, de partidos y no de patria, es una irresponsabilidad. Creo que nuestros políticos nos han fallado una vez más, y conste que no me estoy refiriendo solamente al Gobierno. Ni exclusivamente al coronavirus, que sigue causando estragos en los que batimos, ay, el récord mundial.
Personalmente, a esta sesión plenaria de Jueves Santo, que sustituye a las procesiones, al recogimiento religioso o al descanso playero, solamente le pediría que enfocase con un espíritu muy diferente lo que quienes aspiran a representar a la ciudadanía española han de hacer para ayudarnos a salir de esta situación terrorífica. No se trata, desde luego, de seguir alardeando de que el virus ya va camino de quedar vencido a base de manipular las curvas angustiosas de muertos, que muy pocos días confirman las proclamas optimistas. Ni se trata, me parece, de buscar confinamientos y vigilancias cada día más rigurosos a una población cuyo comportamiento está siendo, en general, mucho más coherente que el de algunos de sus dirigentes.
El Parlamento es, debería ser, el arquitrabe de la democracia. De manera no muy justificable, la responsable del poder Legislativo decidió colocar a la Cámara Baja en un perfil aún más ínfimo del que ya tenía –de la Cámara Alta ya ni hablamos, claro– y ahora hay que recuperar el tiempo perdido. Recuperar un sano -y ojalá que constructivo- control parlamentario de lo que hace y no hace el Gobierno era tarea urgente que, como tantas otras, se ha demorado más de la cuenta. No hay un solo día que perder a la hora de planificar la normalización inmediata del país. Aunque sea un día de Jueves Santo, que mira que ya es anormalidad.

Jueves Santo, la procesión va por dentro

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