La escuela de Trump

Si no fuese porque Trump lleva ya seis meses desordenando cuanto encuentra a su paso, uno diría que lo que está ocurriendo cuando algunos atrapan un micrófono, o una red social, es cosa del verano. Pero no: la patada al director de comunicación de la Casa Blanca, Anthony Scaramucci, diez días después de haber sido contratado, no es cosa de los calores estivales. Y lo peor es que las desmesuras de Trump, del que Scaramucci no era más que un portavoz, empiezan a extenderse por el mundo. Yo diría que ya hay un ‘síndrome Scaramucci’, una ‘scaramuzzimanía’ en tantas escaramuzas que llevan estos días portavoces incorporados. Y ello, me temo, ocurre, ay, aquí, en España, con mayor frecuencia e intensidad.
Se llama escaramuza, dice el diccionario, a una batalla, disputa o contienda de poca importancia entre las avanzadillas de los ejércitos. Pues menudo veranito nos están dando algunas avanzadillas, con sus interpretaciones legales (o ilegales) de lo que hacen o no hacen en Cataluña. Y no digamos ya sobre las voces que he podido escuchar en las ondas radiofónicas, que se las lleva el viento pero aquí quedan, comparando Cataluña con Venezuela. Salen ahora desvergonzados e incapaces dialécticos por todas las esquinas, y lo mismo acogen los micros a ‘portavoces’ de la CUP, o de su rama más loca, Arran que a Arnaldo Otegi calificando de asesinato la muerte por infarto en la cárcel de un preso etarra.
También se pueblan las ondas de opiniones, ‘oficiales’ u oficiosas, tintadas con insoportable levedad; de obviedades simplistas; de mentiras históricas; de bobadas verbeneras, ahora que estamos de fiesta campestre. Es lo malo que tiene esta época, que yo quisiera limitar al mes vacacional, pero no: dura ya demasiado. Y peor aún es constatar que, literalmente, escaramuza es eso: el incidente previo a la batalla que, por ejemplo, podría tener lugar en octubre, dentro de dos meses menos un día, tic-tac, el reloj avanza imparablemente hacia un otoño quizá laboralmente tranquilo, pero políticamente tórrido. Sí, ilustres sandeces pueblan el éter. Y no, no da lo mismo, porque la perversión semántica suele ser preludio de desmesuras contables. “No hay caos en la Casa Blanca”, dice un Trumptuit del sembrador del caos. Y, entonces, va y echa al de las escaramuzas, quizá porque, tras la escaramuza, se acerca la verdadera contienda, allí también. Quizá por eso, los que saben, o intuyen, son los que guardan silencio, o disipan las palabras. O encargan a otros y otras que hablen por ellos, que se desgasten ellos/as.  

La escuela de Trump

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