La fecha que sería lógica

Concluido ya el episodio, previsible, del rechazo a los Presupuestos, queda ahora saber cuándo tendrá lugar la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones. Los últimos días, incluso antes de que ocurriese lo que todos menos algún anclado en un infundado optimismo gubernamental esperaban, han sido pródigos en rumores, filtraciones más o menos oficiales u oficiosas y especulaciones acerca de cuánto se adelantará el final de la legislatura, que lleva bastantes meses concluida de facto.
Las fuentes que creen estar más cerca de lo que piensa Sánchez indican el 28 de abril como el día más probable para las elecciones, con lo cual el Congreso y el Senado tendrían que disolverse a comienzos de marzo. No tendrá el Gobierno, así, tiempo para sacar adelante ninguna de las reformas que, con más voluntarismo que realismo, comenzó a poner en marcha. Nada. La legislatura concluirá sin haber cambiado nada en el fondo.
Ha sido una legislatura inútil, mucho más destructiva que constructiva. La legislatura de la crispación. Y lo peor es que ninguno de sus protagonistas, en el Gobierno o en la oposición, ha sido capaz de hacer apuestas sensatas de futuro, ni de plantar las bases de la regeneración política que necesita España. Los españoles tenemos derecho a estar enfados con eso que se llama nuestra clase política.
Sería importante fijar ahora la fecha más conveniente para las elecciones. Sin demoras y sin cálculos partidistas sobre qué es lo que más conviene a unos y menos a otros. Lo mejor sería tratar de abaratar lo más posible el proceso electoral, no multiplicándolo, y procurar que la ciudadanía acuda lo más masivamente posible a las urnas. No parece conveniente, por tanto, esa fecha del 28 de abril, a un mes de las ya fijadas elecciones europeas, autonómicas y locales. Esa fecha de abril está demasiado cerca del superdomingo y los resultados podrían influir negativamente, por cansancio, desaliento o hartazgo, en la concurrencia a votar en mayo.
Entiendo que, por otro lado, resultaría conveniente ofrecer a los ciudadanos la idea de que van a votar para comenzar esa regeneración política de la que tanto tiempo llevamos hablando y tan poco actuando. Y nada como cinco urnas diferentes alineadas en un mismo día para que entre los españoles cunda la sensación de que ese día, en el que se renuevan tantos mandatos, comienza una nueva era. Considero, pues, para lo que sirva, que aprovechar el superdomingo para convocar a los españoles ante las urnas sería lo democráticamente más conveniente. Y que no se me diga que no hay precedentes para tanta proliferación simultánea de meses electorales: casi nada de lo que nos está ocurriendo en este peculiar país tiene precedentes.
Y, además, lo probable es que, para el 28 de mayo, el juicio del siglo haya concluido y no influenciará tanto su resultado sobre el hoy decaído ánimo de los electores cuando, papeleta en mano, acudan a votar nuevo alcalde, nuevo presidente de su comunidad autónoma, nuevos eurodiputados y... nuevo  presidente del Gobierno central, con sus ministros y todo lo demás. Una nueva era, con nuevas cartas para repartir a todos los niveles.

La fecha que sería lógica

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