“Oiga, Iglesias, y usted, ¿en qué se ocupa?”

Cumplido ya el primer mes efectivo del nuevo Gobierno de ‘coalición progresista’, que desde la derecha prefieren llamar ‘social-comunista’, se aprecian ya líneas de acción, unas más discutibles que otras, y un cierto desbarajuste. Por ejemplo ¿qué pintaba en una negociación agraria el vicepresidente del Gobierno don Pablo Iglesias, junto a la ministra ‘podemita’ de Trabajo Yolanda Díaz y con la significativa ausencia del titular de Agricultura, Luis Planas? O ¿qué hacía el ministro de Fomento actuando como un diplomático o, mejor, como un agente del ‘nuevo’, o no tanto, CNI? Por poner apenas dos ejemplos, digo, que sin duda encontraremos muchos más, derivados de un organigrama, el hecho por Pedro Sánchez, destinado más a satisfacer clientelismos que necesidades reales en la mesa del Consejo de Ministros.

Y así salen algunas cosas, como la negociación agraria. Y es que me parece que la principal anomalía detectada este mes, junto a la cesión de un excesivo número de funciones al jefe de Gabinete Iván Redondo, es el abanico de competencias, demasiado genérico, del vicepresidente Pablo Iglesias. Cuya línea de moderación, quién sabe si meramente coyuntural, creo, no obstante, que hay que aplaudir.

Lo que ocurre es que Iglesias no está ahí para controlar a los ministros de Podemos, como Yolanda Díaz, una presencia esperanzadora, creo, en el elenco gubernamental. Ni para buscarse trabajos iluminados por focos atractivos, como convertirse en el adalid de las necesidades de los discapacitados. Ni, seguramente, para integrarse, aunque comprendo que eso es más discutible, en esa extraña ‘mesa negociadora’ con el Govern catalán. Y menos, claro está, para inmiscuirse –creo que no lo hace, la verdad, al menos de manera clamoros– en política exterior, a cuenta del desgraciado ‘caso venezolano’, o el boliviano, o...

El problema es que no sabemos bien en qué área de actuación se centrará el siempre inquieto Pablo Iglesias, sin duda todo un talento político que, reconvertido como parece que está en este cuarto de hora, podría jugar un papel interesante en muchos aspectos. Pero no así, como perejil en todas las salsas, ni poniendo velas en todos los entierros, básicamente porque me parece que se aburre en su papel algo líquido.

La situación me recuerda, con perdón y sin ánimo de comparar, desde luego, y menos de ofender, a aquel preboste del franquismo, llamado Gregorio Marañón, que se colaba en todas las audiencias del llamado Generalísimo en El Pardo, tanto fuesen a la asociación de criadores de palomas como a la de, pongamos por caso ahora que está de moda, de tractoristas honorarios o a la de los militares en la reserva. Hasta que un día, Franco, con aquella coña gallega que gastaba, no siempre bienintencionada por supuesto, le preguntó: “Oiga, Marañón, y usted ¿en qué se ocupa?”. Nunca me contaron la respuesta: quizá no la había. Marañón acaso estaba demasiado ocupado como para buscar una convincente. 

“Oiga, Iglesias, y usted, ¿en qué se ocupa?”

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