Todos somos Laura, o Xavier, o Joan, o...

una nueva campaña de acoso y derribo de los ‘indepes’ más feroces contra mis compañeros de profesión me hace preguntarme, otra vez, qué tiene que suceder en Cataluña para que la gente, la buena gente, al margen de lo que piense, estalle de una vez contra la barbarie que quema contenedores, apedrea a las fuerzas del orden o impide a quienes quieren asistir a una entrega de premios que se llama Princesa de Girona que puedan llegar hasta su destino o que, si llegan, no lo hagan escupidos y vejados. O, peor, que esa barbarie intente, que lo intentará, invalidar unas elecciones en Cataluña a base de dificultad que los electores lleguen a las urnas.

Mis compañeros señalados por la diana de los inciviles se llaman Laura, Xavier, Xoan, Estefanía o Maika. Su delito debe de ser el mismo que algunos profesores universitarios y de institutos, a quienes se llama ‘fascistas’ o/y se ha apartado de sus trabajos por no ser lo suficientemente ‘puros’ en la defensa de una independencia unilateral de Cataluña respecto del resto de España. Como el ‘delito’ de quienes trataban de acudir al hotel donde la Princesa de Girona hacía prácticas para asumir en el mañana sus funciones fue no hacerlo en autobús, ‘provocando’, a base de tratar de llegar andando, a los manifestantes contra el Rey y la heredera del trono. Lo peor es que esto de la provocación es ironía que no la digo yo: lo dijo, y muy en serio, el mismísimo conseller de Interior, Buch, cuya incapacidad para mantenerse en este cargo la ve hasta el principal pirómano de todo incendio en Cataluña. O sea, el president de la Generalitat, Quim Torra.

Y, claro, mientras Torra, que teóricamente es el máximo encargado de mantener el orden en la Comunidad que preside, sea el principal portavoz de la provocación, cómo esperar que la muchachada de los tsunamis respete el trabajo profesional, dignísimo, de unos periodistas que dicen, como debe de ser, lo-que-les-da-la-gana al margen de consignas, de coacciones o de temores. O la labor, no menos valiente –qué remedio nos queda– de esos reporteros de televisión asediados y agredidos por masas asalvajadas.

No, no seré yo quien predique mano dura, porque siempre he preferido el diálogo. Pero ¿y cuando quienes actúan al margen de toda legalidad se niegan a dialogar? Ese es el conflicto que, me temo, va a pesar sobre las últimas horas de la campaña electoral y también sobre el resultado nacional en las urnas. Tengo la sensación de que lo que los cafres pretenden es precisamente eso: que ganen los que recetan siempre palo y nunca zanahoria, los que serían incapaces de ofrecer soluciones consensuadas.

Y sí, estoy hablando de uno de los ‘cinco’ candidatos-debatientes del pasado lunes, que, buscando el voto de quienes cree que apoyan estas cosas, aventuró no pocas soluciones dudosamente constitucionales para garantizar el orden y la buena marcha del país, comenzando por el ‘conflicto catalán’. Líbrenos Dios tanto de esos ‘salvadores’ como de quienes, desde el otro extremo de la cuerda del sistema, colocan a mis compañeros y compañeras en las dianas, sin que nadie, por lo visto, ose elevar su voz lo suficiente como para que se oiga donde se tiene que oír. Todos somos Laura, o Xavier, o...

Todos somos Laura, o Xavier, o Joan, o...

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