El ‘yolandismo’, al fin una buena noticia

uno, en este carajal de país, anda cada día a la busca de una buena noticia, con las portadas llenas de titulares con infortunios, no solo derivados de la pandemia. Todo es ruptura: Barcelona, más lejos de Madrid; Madrid (Puerta del Sol), contra Madrid (Moncloa); rojos contra azules, verdes contra naranjas, naranjas contra morados (y viceversa); el PP de antes, contra el de ahora (o sea, como el PSOE); los jueces, contra el Ejecutivo, y también contra otros jueces; el Gobierno A, contra el Gobierno B (aunque dicen que están más cohesionados que nunca); algunos ministros, contra el Rey; Esquerra, contra Junts, que cada vez están menos junts... En , fin para qué seguir.
Y entonces, Yolanda Díaz.
Sigo con atención desde que llegó al cargo la trayectoria de la ministra de Trabajo, que no es, ni mucho menos, el prototipo de podemita, esos seres encantados de meterle un dedo en el ojo al Rey por la mañana, a los jueces a mediodía y a Inés Arrimadas a la hora del café y a los muchachos de la prensa a media tarde, mientras por la noche se abrazan con puñales ante un gin tonic, diseñando la próxima trinchera en el campo de batalla. No: Yolanda Díaz ha trabajado mucho y, hay que reconocérselo pese a sus altibajos y a ciertos errores, bastante bien. Se opuso a la locura de sus compañeros, en alianza con Bildu, que querían cargarse la reforma laboral. Y ha pasado muchas, muchas, horas negociando con la patronal, con el muy constructivo talante de Garamendi y de Lorenzo Amor, y con los sindicatos, que han renunciado a cualquier estridencia que no sean las camisas tremendas del líder de UGT, la prolongación en el tiempo de esos ERTE que son la única esperanza para muchos cientos de miles de personas abatidas por la pandemia.
Creo que, en este terreno, el de una negociación que ha sido bastante transparente entre unos agentes sociales que han hecho del sentido común su divisa, tanto el Gobierno (o sea, Yolanda Díaz que jamás ha empleado el frentismo de alguno de sus colegas en el Consejo de Ministros) como la patronal y las grandes centrales sindicales, merecen un aplauso, aunque sea matizado y aguardando a ver qué resulta al final de todo esto. Pero cierto es que no puede hablarse ya de un empresariado de rapiña (son más bien esas pymes, que constituyen el andamiaje empresarial del país, las víctimas) ni de unos sindicalistas vocingleros dados a la manifestación y a la huelga porque sí. Y, en el caso de Díaz, creo que no sería justo atribuirle etiquetas que, en cambio, bien convendrían a quien es, o creo que más bien era, su jefe político: ella ha sabido crearse un espacio propio, lejos de las interferencias que inicialmente pretendía Pablo Iglesias en ese Ministerio.
Me gustaría que nuestras fuerzas políticas, todas nuestras fuerzas políticas, que cada miércoles escenifican escenas lamentables de desunión y ataques de sal gorda en el Parlamento, tomasen nota del comportamiento, la mesura y el realismo que han venido mostrando los interlocutores sociales, que han entendido, al fin una noticia algo buena en medio del marasmo, la extrema gravedad del momento. Pero temo, ay, a la vista de lo que estamos viendo, que no caerá esa breva: el ‘yolandismo’ no parece ser la tónica en este secarral nuestro, tan dado a la gresca.
fjauregui@educa2020.es  

El ‘yolandismo’, al fin una buena noticia

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