Se marchó como llegó. Sin hacer ruido. Midiendo sus palabras. Con esa obsesión de tenerlo todo bajo control. Curiosamente la clave de su éxito. Trabajó duro en el día a día. Se dedicó en cuerpo y alma. Devolvió al Arosa a su sitio natural en tres meses de cuento de hadas. Los resignados volvieron a creer y los que le habían dado la espalda al club tras muchos años de desengaño regresaron a A Lomba. La corriente de ilusión y alegría trocó en torbellino en Tercera. Líderes. Cayó el Pontevedra en “La Catedral” y fue difícil canalizar tantas emociones. A partir de ahí el camino se trabó. Se acabó el factor sorpresa. Para entonces ya había recuperado algo importante para el club en Galicia: Respeto.
Con viento en contra mantuvo un rumbo fijo, con sus ideas y su forma de entender el juego y a los jugadores. Algunos crecieron, les sacó todo el jugo. Otros en cambio no cuajaron. Un objetivo temerario por estas fechas el año pasado empezó a cavar su tumba. Desgastado, quiso reciclarse y buscar otros caminos, siempre apoyándose en los pesos pesados, egoístas por naturaleza. Echó mano de la cantera. Mantuvo el tipo y el tono, peleando contra su rudo carácter. Deja legado. Honrado, currante, leal. De los que no quieres tener enfrente, sino siempre en tu equipo. Gracias míster.