Mercados municipales

Andan soliviantados los municipios. Nunca llueve a gusto de todos. Ahora le pasa al BNG que cree que la Marea hace peligrar el futuro de Santa Lucía como mercado. Normas urbanísticas recogidas en un cajón de sastre donde hay tijeras, agujas, jaboncillo, tiza, alfiletero y mil fruslerías necesarias por su utilidad. Quieren hacer una nueva propuesta para cambiar el mercado de “equipamiento público” “equipamiento de contingencia” donde coexistirán diversos establecimientos junto a la actividad primordial de mercado municipal.
Estoy sumido en una curva de despropósitos. Una filosofía mercantilista que va más allá de mis nociones elementales sobre las leyes de oferta y demanda o el monopolio garantizado por la Administración para ejercer comercio en determinada zona. Convendría despejar la incógnita de la ecuación sobre alteración de hábitos de compra, horarios flexibles y lugar idóneo. Las modas imponen nuevos tiempos. 
Antaño los mercados locales cumplían una función y sin remitirnos a Adam Smith y librecambistas de la ciencia económica –“dejad hacer, dejar pasar, al mundo gira por sí mismo”– convendría recordar que daban en ágora particular donde clientes y placeros se conocían y mientras compraban echaban una parrafada y hablaban de la familia, el municipio y el sindicato impuestos por el franquismo como vehículos de expresión social.
Y esta postura –conforme llegó democracia y corrió el almanaque– no han sido capaces de superarla. Perdieron potencialidad, acomodados en el dulce far niente, cuando los tiempos imponen ofrecer soluciones ante una clientela diferente en colisión con las grandes supermercados y la nueva pareja –hombre y mujer– trabajadora. 
No incide la política en estas decisiones. Las impone la realidad. Un paseo por nuestros mercados corrabora la poca gente que los visita. Es nadar contra corriente buscando un beneficio ilusorio.

Mercados municipales

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