La ventana

A noche tuve una pesadilla. Un mal sueño que me despertó inquieto. Había perdido mi colaboración en El Ideal Gallego. Mi vida onírica, por otro lado, no resulta muy llevadera y con frecuencia altera mi descanso repitiendo noches donde el sueño por fas o por nefas interrumpe en duermevela atosigante.
Acudo al silencioso aparato de radio para escuchar música con auriculares. A contar corderos. Rememorar oraciones. Pero nada de nada. Ahí atrás acudí a la química de las pastillas farmacéuticas y me provocaron tantas y peligrosas alteraciones psíquicas y disfuncionales que necesité la ayuda de un andador.
Menos mal que tuve la entereza de deshacerme de ellas y olvidar las buenas intenciones y mejor fe del médico que me las recetó. Y es que con frecuencia olvidamos que no hay enfermedades sino enfermos y las reacciones son antagónicas en el mismo tipo de pacientes.
Pero con este largo exordio distraigo la atención de mis lectores. Profeso ternura cuando me relaciono con los demás y los periodistas profesionales que me ayudan a hacerlo. Por eso esta mañana me desperté angustiado.
Vamos, más o menos, la reflexión poética de que mi amanecer lloraba la gota de rocío de mi colaboración en el periódico, cuando el cielo había perdido la cabecera editora. Creía haber perdido mis estímulos, firmamento, vía Láctea, dado que me habían cerrado mi columna habitual en El Ideal Gallego.
Una ventana donde me asomo para encontrarme conmigo mismo y charlar con los amiguetes que puedan leerme en el café de la mañana. Tras los cristales-jornadas desapacibles-o abiertos al aire-días de fuerte sol-disfruto hilvanando ese proyecto que cada uno guarda en el bolsillo.
Así mi columna es algo más que una abertura practicada en un muro para que el interior se comunique con el exterior, pues da en trampolín de saltos donde el alma del periódico se lanza a la piscina de los lectores para darles lo mejor...

La ventana

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