Tales y la estupidez

sentenció: “El principio es el agua”. Realizó esa lúcida reflexión en medio de un mundo sumido en un laberinto de mitos y leyendas.
Tales se interesa por el origen para no inquietar al destinatario de su esclarecido pensamiento, el héroe, y no turbar su alma, la leyenda. Si el principio es el agua, ¿por qué había de inquietarse ese ser que era el universo?, es más, ¿qué era el agua frente al fuego de su gesta? Sin embargo, esa inocente afirmación fue suficiente para ahogar su orgullo y apagar su sangre, tanto como para agotarlo en el imaginario del hombre, que pasó de la fascinación que le producían sus hazañas a quedar fascinado por la pregunta.
A su luz se iluminó el mundo del pensamiento sobre el que se asienta la filosofía, y a través de ella las restantes disciplinas científicas orientadas a explicar el origen del universo para no causar sospechas al verdadero objeto de investigación, el ser humano, que la interpretaría como un ataque a sus creencias, es decir, sus miedos, y lo que es más grave, a quienes los remedian: sus dioses.
En estos momentos estamos necesitados de que nuestros pensadores realicen en el ámbito de la sociología una afirmación de esa enjundia y categoría, capaz de producir un cambio real en la mente de los hombres, derrotando en ellos ese mito que es la sangre, esa leyenda que es la raza, esa fantasía que es la patria, y todo ello sin ofender ni turbar su natural universo, la supina estupidez.

Tales y la estupidez

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