Universo de cuerdas

La poesía es minoritaria, afirman, y en verdad lo es, pero no por su pequeñez sino por lo infinito e ignoto de su naturaleza. Es tal su tamaño que no cabe la de lo humano en el hombre, ni en la tierra la del planeta, ni en el cielo la del universo. 

La poesía es esencia de toda transcendencia, en la medida en que camina siempre un paso por delante de cuanto ha sido creado e imaginado. De ella cabe pensar que es una deidad en las mentes de aquellos en los que la idea de dios es la de un arquitecto y no la de un mago rencoroso. 

Por estas y otras razones de mayor calado intelectual entiendo que la poesía, lejos de las ínfulas literarias, lo abraza y conmueve todo, alentando en los seres animados o inanimados que lo pueblan un soplo de ser y existir que vaga entre la realidad y lo onírico para un fin superior, el de mantener el sistema neuronal del universo y con él esa inmutable verdad que afirma que todo en él y fuera de él es pensamiento.

Siendo así y así concebida, aún sin conciencia, es por lo que la rehuimos y relegamos a un segundo plano en nuestras vidas, porque de no hacerlo nos paralizaría la belleza de la vida y nos deslumbraría la fealdad de la muerte, nos sentiríamos más esféricos que lineales en un mundo anguloso y quebrado, tanto que nos detendríamos o romperíamos. Por eso, se ha de degustar a sorbos, sintiendo que vibramos sin quiebra como lo hace la cuerda en el instrumento y este en la del artista.

Universo de cuerdas

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