El presidente del odio

No es fácil abstraerse a lo que ocurre en la política catalana aún sabiendo que, parafraseando a Forges, pensar tanto en Cataluña perjudica la salud mental y democrática de las personas y de la sociedad. Pese a ello, los últimos acontecimientos requieren un breve comentario sin entrar en el fondo del problema que necesitaría muchas más espacio.  
A estas alturas ya se conoce el pensamiento de Joaquim Torra plasmado en unos textos que le acreditan como xenófobo, sectario, radical, racista…, calificativos que brotan de sus expresiones que insultan a los catalanes que se sienten españoles, incluidos muchos gallegos que viven allí, y a los ciudadanos de resto de España. 
Lo nunca visto desde el nazismo ni en las peores pesadillas, ningún dirigente ultra de los países europeos se atrevió a tanto. ¿Cómo entender que una sociedad culta como la catalana haya engendrado este monstruo por cuyas venas circula tanto supremacismo excluyente? ¿Cómo explicar que la mayoría independentista del Parlament, en la que se supone hay cabezas pensantes, haya elegido presidente a un individuo sediento de odio, que asombra a Europa y a EEUU y está siendo repudiado en los círculos democráticos occidentales? 
Todo es surrealista en la política catalana. Un ejemplo más de que Torra está fuera de la realidad son sus manifestaciones a TV3 en donde dijo que “la crisis política en Cataluña es una crisis humanitaria”. Antonio Pampliega, reportero de guerra que estuvo secuestrado 299 días en Siria por Al Qaeda y conoce a personas y países sumidos en esa situación, le explicó que una crisis de tal magnitud representa “cruzar el Mediterráneo con tu hijo en brazos huyendo de la guerra en Libia, ver morir a tu hijo de hambre en un hospital de Mogadiscio o ser uno de los 40.000 niños abandonados en el Congo por ser fruto de violaciones”. 
Semejante afirmación vertida desde la confortabilidad de su cargo es un insulto a los millones de perseguidos, desplazados y refugiados. “Propongo, dice Pampliega, pagarle un billete a Yemen, Somalia, Sudán del Sur o Siria” –o a Venezuela, añado yo–, y “seguro que a Torra se le quita la gilipollez a golpe de realidad”. Y quizá pierda algo del nacionalismo radical que, decía Baroja, “se cura viajando”.  
Lo que no se le quitó a Joaquim Torra y a los que le auparon a la presidencia de Cataluña fue la provocación chulesca al Estado, su victimismo y el fanatismo perseverante que es una forma de yihadismo en versión catalana. Sin víctimas, hasta ahora.  

 

 

El presidente del odio

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