Mediocridad e incompetencia

La secuencia siguiente al tercer fracaso debería ser la dimisión, pero Sánchez saca su “manual de resistencia” y sigue. Mientras, la fallida investidura aumenta el desprestigio de los políticos y deja muy tocado el ánimo de los ciudadanos. 

Porque abochorna e indigna que durante 90 días hayamos asistido a un duelo de egos viendo el serial “como negociar para que no haya acuerdo”, con cruces de vetos y lucha por sillones sin que hablaran de un programa solvente con medidas y reformas para resolver los problemas del país. 

Como indigna que el líder de Podemos renuncie “en directo” al Ministerio de Trabajo a cambio de las políticas activas de empleo, una prueba de que la negociación fue un mercadeo con el gobierno del país en almoneda.  

Los que mandan ahora son hijos y nietos de la generación que hizo la Transición mediante la negociación y el acuerdo para sacar al país adelante. Pero los Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias y sus conmilitones, amamantados en partidos que aman la mediocridad y desprecian el talento, son políticos profesionales que viven de la desconfianza y prefieren la cultura de la confrontación al consenso.  

Eso lo explica todo. El fracaso de la investidura y la situación de bloqueo y parálisis de España hay que imputarlo al egoísmo de estos políticos, inmaduros e incompetentes, que priorizan la defensa de sus intereses personales y partidarios antes que velar por los intereses de los españoles.  

Además de mediocres, son unos inconscientes que no saben ver que estamos en un cambio de época. Un mundo nuevo y muy complejo se introduce en nuestras vidas y  pilla al país en bolas, dicho en lenguaje coloquial, varado en la orilla porque los “capitanes” son incapaces de fijar el rumbo de la nave.   

Es posible que de aquí a setiembre los actores del esperpento maduren y se abra el escenario que desea el presidente de la Xunta: “si desde Ferraz plantean a Génova alguna propuesta, gobierno de coalición o un programa explicado a la Cámara, habría que estudiarla”. Pero presiento que el pacto que Sánchez autorizó en Navarra dinamita la abstención de los constitucionalistas. 

El fin de la investidura no era satisfacer la ambición desmedida del candidato, sino lograr un gobierno solvente que dé estabilidad a España. Esa ambición del Sánchez áspero y agresivo, el primer culpable, le llevó –en palabras de Churchill– a “ir de fracaso en fracaso sin perder la ilusión”. Alguien debería decirle que el problema puede ser él.

Mediocridad e incompetencia

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