Renta Mínima y picaresca

Persona astuta y sin escrúpulos que tiene gran habilidad para vivir burlando la ley y engañando a los demás”. Así define el diccionario de Manuel Seco al pícaro, una figura genial creada por la literatura que era un holgazán de origen innoble, víctima de circunstancias que escapaban a su control.  
El pícaro de hoy es un “personaje” evolucionado. Aquel tipo marginal vive ahora en sociedad y se aprovecha de sus debilidades practicando formas de fraude, entre ellas cobrando ayudas sociales y trabajando en la economía sumergida. 
Traigo esto a colación a propósito del Ingreso Mínimo Vital, ayuda que no se puede cuestionar por ser de justicia que el Estado erradique la pobreza y redistribuya la renta. Pero entre los 2,3 millones de necesitados -255.000 cobrarán este mes- vivirán muchos pícaros que, aprovechando la dificultad de control de esta renta, defraudan al Estado y a toda la sociedad. Este es el peligro que acecha a la renta mínima: que sea un incentivo para estimular la vagancia -¡que trabaje Rita la Cantaora!- o un acicate que alimente la economía sumergida. 
En esta economía opaca es un clásico cobrar ayudas sociales -“¡vaya miseria!”, decía un perceptor- y hacer “trabajitos en negro para tener algo más de ingresos” que en la práctica son tantos trabajitos que les permiten una vida de ciudadanos acomodados. 
Todos conocemos más ejemplos. Uno reciente es el de la familia que ofrecía un trabajo “legal” en su casa y entrevistó a cinco candidatas. Las dos primeras rechazaron la oferta porque percibían la Renta de Inclusión Social de Galicia (RISGA); la tercera cobraba el paro y la cuarta recibía ayudas de emergencia social para alimentos, ropa… La quinta, al fin, aceptó el empleo. 
También hay ciudadanos que, estando de acuerdo con la filosofía de la renta mínima, se sienten agraviados. Eso apuntaba un autónomo que trabajó y cotizó toda la vida, se jubiló, cobra 800 euros de pensión y ahora, decía, “el Gobierno da rentas gratuitas, muchas en cuantía superior a lo que yo cobro después de cotizar más de cuarenta años...”. 
Un viejo chascarrillo refiere el caso de un revisor del tren que va pasando por los vagones para comprobar que todos pagaron el viaje. En un compartimento había cinco pasajeros y cuando les pidió los billetes obtuvo las siguientes respuestas: 
-Yo no llevo, soy jubilado y tengo la tarjeta dorada.
-Yo tampoco, tengo el carné joven
-Yo soy diputado y voy en viaje de trabajo
-Yo soy hijo de empleado de Renfe. 
Y el último, asombrado, le dijo: “tenga mi billete, jefe, que yo soy gilipollas”. Seguro que Tía Manuela, que inspira sabiamente al colega Celeiro, concluiría que este es un ejemplo de picaresca real. Como la vida misma.

Renta Mínima y picaresca

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