¿Se acordarán de los jóvenes?

No soy consumidor de programas de entretenimiento de las televisiones –concursos, magacines, telerrealidad–, pero una noche de enero estuve viendo el espacio “La Voz” de una cadena en el que jóvenes artistas competían cantando y mostraban sus habilidades manejando con destreza distintos instrumentos musicales. 

Entre los participantes estaba un muchacho de unos 30 años que tocaba el piano –tenía la carrera acabada– y cantaba primorosamente. Después de la actuación uno de los miembros del jurado le preguntó qué hacía en su vida diaria y el chico contestó con la mayor naturalidad: “Pues vendo pescado en una superficie comercial”. Ante la cara de asombro de su interlocutor apostilló lacónicamente: “Bueno, es lo que hay”.    

Hace meses leí la carta de un padre al director de una publicación en la que contaba su disgusto por no poder convencer a su hijo para que continuara los estudios que él consideraba abrían la puerta a un empleo de calidad y a ser algo en la vida. “Estaba equivocado”, escribía este padre. “Gracias a que no me hizo caso, lleva años en la hostelería, aprendió los secretos del oficio y es un barman muy cotizado que tiene como ayudantes a un licenciado en Arte y a una graduada en Enfermería. Él es su jefe, gana más que ellos y tiene un trabajo estable que ellos no tienen. Como padre me siento muy feliz con él. Como español me cae la cara de vergüenza”. 

Hay miles de casos como estos y peores. Quienes “turisteen” en esta Semana Santa es probable que sean atendidos por jóvenes historiadores, abogados, ingenieros o músicos con buen expediente académico, más de un master, idiomas… Les vendimos la idea de que estudiar era necesario para labrarse un futuro y, como premio a su esfuerzo, les “colocamos” sirviendo copas y comidas. 

Spain is different, decía un eslogan impulsado por Fraga en los años sesenta. Ahora, lo que realmente hace diferente a España es que gente con carrera universitaria esté sirviendo cervezas o vendiendo pescado y otros que ni siquiera asimilaron la ESO o el bachillerato estén dirigiendo el país. 

Dejar a tantos jóvenes talentosos en el rincón de la precariedad laboral y salarial debería avergonzarnos a todos, como al padre de la carta. ¿Se acordarán los políticos en campaña del drama de esta generación frustrada y perdida, que no puede emprender un proyecto vital –familia, hijos, vivienda…– con contratos en precario, salarios miserables y trabajos sin derechos? No se hagan ilusiones.

¿Se acordarán de los jóvenes?

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