La ventana indiscreta

Teniendo el privilegio de poder mirar por la ventana y ver, en frente, una gran urbanización de viviendas puedo comprobar como tras el cristal cada familia vive las ansiedades, ilusiones y circunstancias que le depara la existencia. Observo, con tristeza, que en algunos hogares sus miembros decrecen por culpa de la emigración forzada hacia otras comunidades o países en busca de un puesto de trabajo, ya que en nuestro país es muy difícil, para cualquier joven, encontrar un empleo digno. 
Llama la atención que en cada vivienda hay alguna mascota, un perro, un gato, un pájaro u otro animal exótico. La mayoría de las personas mayores se entretienen alimentando, jugando, paseando y cuidándolos, mientras el resto de los miembros de la unidad familiar piensan en sus cosas. Sin duda son buenos compañeros de fatigas y de confidencias ante el actual individualismo social, donde es más fácil contactar con cualquier persona a través de las redes sociales que saludar o entrar en conversación con algún vecino de la urbanización.
Gracias a la ventana indiscreta observo como algunos días, principalmente cuando la familia se reúne alrededor de la mesa del comedor, los gritos y algún que otro insulto se dejan oír como prueba evidente de que la convivencia nunca es fácil. La tranquilidad vuelve a la rutina cuando cada miembro de la familia se refugia en un habitáculo diferente de la casa. La mayoría se enfrentan con la caja tonta, otros al aparato de música y el ordenador y los menos se sumergen en la aventura del saber, con la apasionante lectura de un buen libro.  

 

La ventana indiscreta

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