Otros tiempos

os que nacimos en la aldea o en el pueblo, en los años sesenta, no podemos olvidarnos de la realidad que vivimos. Realidad común a la mayoría de los vecinos, pues apenas había desigualdades. No teníamos alumbrado público, lo peor era en la época invernal, pues para llegar a casa de noche teníamos que andar por el centro de la calzada sino queríamos darnos de bruces con algún poste del tendido eléctrico o del servicio telefónico. 
En la mayoría de la casas no había televisión, con suerte, sólo la vieja radio para poder escuchar música, alguna que otra radionovela o enterarnos de las noticias oficiales del régimen. El cuarto de baño era un artículo de lujo y al alcance de unos pocos. El retrete se encontraba fuera de las viviendas, lo peor era utilizarlo en invierno con los días de fuerte viento e intensas lluvias. Para una ducha o un baño había que acercarse al río de lavar la ropa o bien dentro de casa en una palangana. 
La tienda de la aldea, era como un gran bazar chino, albergaba todo tipo de productos, utensilios y artículos para el uso cotidiano. Allí podías comprar pan, carne, pescado, un destornillador, una camiseta, unos folios, una linterna e incluso recoger el correo. Era un lugar obligado, casi diariamente, para muchas personas que tenían familiares trabajando en el extranjero por si recibían alguna carta o un giro postal. 
La mayor parte de los vecinos compaginaban el trabajo en el campo con las faenas pesqueras. Aunque el dinero escaseaba, nunca había falta de comida porque casi todo se cultivaba en las propias fincas y además existía la costumbre del trueque.
La vecindad y la solidaridad era algo instaurado en la naturaleza de los vecinos. De día las casas con las puertas abiertas, sin portales ni muros daban la bienvenida a cualquiera que buscaba compañía, una conversación o una colaboración para cualquier trabajo  comunitario.  Eran otros tiempos.       

Otros tiempos

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