Jo, que peste

Muchos fuimos a buscar referencias en Camus  que contó la ficción de la epidemia en Oran,  y que ahora nos parece una historia adelantada de lo que hoy padecemos. Ya entonces a la peste le acompañó el desastre social y económico. No fue igual para todos: los pobres se encontraron en una situación penosa mientras los poderosos seguían con sus privilegios. Aquí tenemos, ahora en el siglo veintiuno, a los oportunistas, a los ventajistas que ya consiguieron vacunarse “saltándose la cola”, a los que no cumplen las normas, a los que embarran el terreno, a los que hicieron un negocio del cuidado de los más débiles. Son a los que Camus llamó personas merecedoras del reproche y desprecio. También en la pete de Camus hubo gentes dignas de admiración, aplauso y respeto: el doctor Rieux, el personaje de la novela y referente moral de todo lo que se cuenta. Aquí contamos con otros referentes – los sanitarios en general– que se ganaron el aplauso en las noches de los balcones y que ahora siguen en primera línea cansados de promesas que siguen sin cumplirse.

También dedicó Camus unos párrafos a los desastres de una información, sesgada: “cuando se agotaron las profecías de la Iglesia Católica, encargaron a los periodistas a contar historias partidistas. ¿Reconocen el tema siglos después en nuestras teles y en cierta prensa sensacionalista?

Pero los  desastres naturales, las guerras,  las pandemias, traen consigo crisis económicas que precisan nuevas formas de entender la economía. Ante un desastre como el que parecemos por culpa del maldito virus, hace falta un escenario en el que los Estados intervengan con un papel decisivo para garantizar la protección social de los más débiles. 

Cuando el mundo padeció la gran recesión de los años treinta (se pagaron los felices veinte, como hoy pagamos la falta de medidas drásticas contra el virus?) los economistas recomendaron la expansión del gasto y la inversión pública estatal. Aquí el gobierno aprobó avales y garantías para facilitar préstamos a las empresas; puso en marcha los Expedientes Temporales de Reducción de Empleo (los ERTES renovados estos días) y, aunque de manera incomprensiblemente lenta, el Salario Mínimo Vital, pero es imprescindible aprovechar hasta la última moneda que llegue de Europa. El coste de poner fin a la pandemia será gigantesco e implicará una redistribución de riqueza igualmente gigantesca. Y necesitará de la colaboración de todos. Cada uno en su puesto y con su esfuerzo. Hay que desterrar a esos aprovechados que son otra peste.

Jo, que peste

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