Cosas de la política

a política es apasionante. A lo largo de la historia han sido muchas las personas con talento que sacrificaron carreras brillantes por la defensa de unos ideales y la búsqueda de lo mejor para la comunidad. La esencia todavía pervive hoy e día, pero comienza a edulcorarse. Es injusto generalizar, pero la vocación inicial se ha ido transformando en interés propio y rivalidad con el que piensa diferente. Siempre ha habido gente que se aprovecha de la política, pero es que ahora son cada vez más los políticos profesionales y así nos va.
Observo que de unos años a esta parte cada vez son más los que hacen carrera política de forma directa, sin pasar por la vida profesional y sin saber lo que se suda para ganarse el pan. No sé si se debe a la crisis, que dificulta la entrada en el mercado laboral o la simple elección de una forma de vida.
El problema viene después, cuando estas personas tocan poder y tienen cerca la tentación o se crean que pueden gobernar los dineros públicos a su antojo dando ayudas, subvenciones, inversiones o lo que consideren oportuno a quien se le antoje y no solo a sabiendas de que eso no es ético, sino vanagloriándose de ello.
Uno va cumpliendo años y cuenta el ejercicio de esta bendita profesión periodística por décadas. Cumplir años en este oficio me ha permitido vivir muchas anécdotas y comprobar cómo los políticos que hoy se creen los dueños del cortijo, de la noche a la mañana se quedan en el más puro olvido.
Siempre cuento la misma anécdota de un alcalde de una localidad que cada elección renovaba su mayoría absoluta. El paso del tiempo llevó a confundirle su obligación como servidor público con el capricho personal. Resulta que había un vecino que no comulgaba con su gestión y que vivía un poco apartado del núcleo, por lo que para llegar a su casa tenía que pasar por un camino que se fue deteriorando al mismo tiempo que se fundían las farolas. Este alcalde esperó hasta que la situación fuese casi insostenible y se tomaba como un reto que este hombre, discrepante con su forma de pensar, le pidiera “por favor” que le arreglase el camino y repusiera las luminarias fundidas. Como esta solicitud no llegaba, en un alarde de “generosidad” decidió ejecutar la obra y tras realizarla con dinero público, como no podía ser de otra manera, no se podía creer que ese hombre, que a veces le hacía pasar malos desayunos con sus críticas, no le fuese a dar las gracias.
Y ni corto ni perezoso contaba la anécdota a quien quería escucharle admitiendo que nunca más le arregló el camino por desagradecido y, sin embargo, sí a sus vecinos de al lado y sin pudor ninguno.
Esto, que parece de política antigua, todavía sigue vigente entre quienes se creen más dignos que los demás, pese a que la realidad o la avaricia salarial lo desmiente.
En fin, estas con cosas de políticos, no de la política.

Cosas de la política

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